En el mes de julio de 2008 me acuciaban unas preguntas inquietantes. Transcurridos doce años siguen de actualidad. Las respuestas que Leviatán nos va imponiendo se nos comunican a través del BOE. Estas eran y son las preguntas:
- ¿Todo debe estar en el Estado y nada fuera del Estado?
- ¿Los hijos son de sus padres o del Gobierno?
- ¿Es el Estado el dios mortal que dicta la religión civil –lo políticamente correcto- que es obligatorio profesar y al que no quiera aceptarla se le obligará?
- ¿Puede el Gobierno cuestionar los derechos naturales de las personas, reducirlos, ampliarlos o modificarlos de modo que los conceptos del bien y del mal queden reducidos a palabrería fungible de usar y tirar?
El pensamiento está en decadencia acelerada. Pensar libremente cuesta esfuerzo, tiempo y, además, conlleva aceptar la responsabilidad derivada de ello. ¿Para qué desgastarse en el esfuerzo de vivir pensando cuando nos lo dan resuelto, envuelto en eslóganes de pancarta y tuits ligeros? Debemos evitar que la tan urgente rebelión de las masas, ante el pensamiento único estatalizado, quede reducida a masa amorfa, sumida en el infantilismo acrítico moldeado por la propaganda y expresado en la demogresca.
Intentaremos ilustrar lo expuesto siguiendo el análisis de Tocqueville y, especialmente de sus advertencias, cuando nos habla de despotismo dulce, imaginando los nuevos rasgos que adoptará la tiranía. La nueva forma de totalitarismo no actúa con violencia física, sino que, sibilinamente, lo hace sobre los espíritus a los que somete a un proceso de despersonalización. El individuo, vacío de contenido, se parece a un recipiente, siempre dispuesto a ser llenado.
No puede ser más actual, más a la medida de lo que hoy y aquí nos amenaza, la advertencia que Tocqueville describió con clarividencia en 1839. Los errores humanos se repiten por desagracia.
<<Veo una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales, que se vuelven incesantemente sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que llenar su alma. Están a su lado, pero no los ve, los toca y no los siente; no existe más que en sí mismo y para él solo. Por encima de todos, se eleva un poder inmenso y tutelar, que se encarga él solo de asegurar sus placeres y velar por su destino […] se asemeja al poder paterno, como si éste tuviese como fin preparar a los hombres para la edad viril; más por el contrario, solo pretende fijarlos irrevocablemente en la infancia; le gusta que los ciudadanos disfruten con tal que no sueñen más que en disfrutar. Trabaja con gusto para su felicidad, pero quiere ser el único agente y el solo árbitro de ella; provee a su seguridad, prevé y asegura sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales asuntos, dirige su industria, regula su sucesión, divide su herencia: ¿por qué no va a poder quitarles por completo la preocupación de pensar y el esfuerzo de vivir? […] Cada día hace menos útil y más raro el libre arbitrio, que encierra la acción de la voluntad en un espacio cada vez menor y, poco a poco, roba a cada ciudadano hasta el uso de sí mismo. La igualdad ha preparado a los hombres para todo eso, les dispone a sufrirlo e incluso a mirarlo como un beneficio […] El poder no rompe las voluntades, pero las ablanda, las pliega y las dirige: raramente obliga a actuar, pero se opone sin cesar a que se actúe; no construye, pero impide nacer, no tiraniza pero incomoda, comprime, enerva y reduce cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo Gobierno es el pastor>>.
En Los hermanos Karamazov dice el Gran Inquisidor: <<Al final pondrán su libertad a nuestros pies y nos dirán: hacednos vuestros esclavos, pero dadnos de comer>>. Huxley lo expresa así: <<Un Estado totalitario realmente eficiente, es aquél en el que las élites controlan a una población de esclavos que no necesita ser coaccionada porque en realidad ama esta servidumbre>>.

En las respuestas que la libertad humana proporcione está la esperanza. De su ejercicio responsablemente activo depende la solución. Urge que comencemos a ejercerla primero cada uno y después como sociedad.
“¿Qué podremos hacer? ¿qué nos dejarán hacer? ¿qué nos pasará? Sin ninguna duda, lo que nos dejemos”
José María Aiguabella Aísa
- Analogías varias
- Artículos
- Cambiando de tercio
- Cosas de la vida
- Crónica de la familia Chavarrías
- Duc in altum
- El Lúcido
- El Profesor
- El rincón de pensar
- El sumario del agravio
- Entrevistas
- Erasmus pocos y parió Juanola
- La dejada
- La Dolce Vita
- La iglesia de Baler
- La Razón en Marcha
- Leonardo da… Aragón
- Pura Virtud
- Reflexiones de un maketo
- Repartiendo arte
- ~8:32~