Imagine que le doy una serie de tres números “2-4-6” y le digo que esos tres números siguen un patrón, y su tarea es identificar cuál es ese patrón. Para ello, puede decirme otras series de 3 números y yo le diré si cumplen o no la regla. Así hasta que lo averigüe.
Bien, este fue el experimento que realizó el psicólogo cognitivo Peter Cathcart Wason y los resultados que se encontró fueron los siguientes: la mayoría de los participantes imaginaban una hipótesis sobre la posible regla; por ejemplo “es una secuencia de números pares”, y comenzaban a poner a prueba su hipótesis elaborando secuencias como “10-12-14”, “20-22-24”. Ante estas respuestas el experimentador les indicaba que sí cumplían la regla. En pocos intentos más, los participantes estaban seguros de haber descubierto la regla. El tema es que la regla no era esa, sino que simplemente eran “secuencias ascendentes”.
El patrón que seguían las secuencias carece por supuesto de importancia en este estudio, pues no se trata de un experimento matemático. Lo verdaderamente interesante de este experimento fue la observación de que los participantes probaban continuamente con secuencias de números que confirmaran su hipótesis previa, pero muy pocos probaron con secuencias que pudieran refutar su hipótesis. Este efecto es lo que se conoce como sesgo de confirmación.
El sesgo de confirmación es la tendencia a favorecer la información que sea coherente con nuestras ideas previas. Se tiende a interpretar la información de forma que confirme nuestras creencias.
Esto es algo que se puede observar con facilidad en la vida cotidiana: Si te presentan dos cervezas que no has probado, una premium y otra de marca blanca, es más probable que interpretes como buena la de marca premium y como mala la de marca blanca, ya que de esta manera la información será coherente con las creencias previas.
Otro ejemplo que a mi parecer explica muy bien este sesgo es el siguiente: una persona acaba de lavar su coche y empieza a llover ¿Qué dice? “cada vez que lavo el coche llueve”. Pero no es cierto que cada vez que lava el coche llueve, simplemente que los días que lava el coche y llueve registra esta información que confirma sus creencias; mientras que las veces que lo lava y no llueve, esa información no es atendida, es irrelevante. De manera que vemos como se facilita la información coherente con las expectativas previas, y la información incoherente (lavado-no lluvia) simplemente es apartada con una facilidad asombrosa.
Habiendo introducido brevemente en qué consiste el sesgo de confirmación, probablemente ya se le hayan venido a la cabeza situaciones o experiencias en las que puedas identificarlo.
Bien, el motivo por el que me ha parecido interesante traer a la conversación este efecto parte de una serie de observaciones realizadas desde que utilizo la red social Twitter. Twitter puede servir como punto de partida para la observación de algunos fenómenos; primero, por el gran tamaño muestral; segundo, por la universalidad de su acceso.
Gran parte de los tweets que te puedes encontrar en este portal tratan sobre polémicas políticas, y sin duda nos proporciona información interesante para abordar el origen de varios de los problemas del panorama político actual. Y uno de los problemas del debate político (más allá de las riñas entre tuiteros) tiene que ver con aquello que comentábamos anteriormente: el sesgo de confirmación.

Decíamos que el sesgo de confirmación es la tendencia a facilitar la información coherente con nuestras hipótesis previas. Bien, la hipótesis previa de aquellos fanáticos que defienden las siglas de su partido como si de su equipo de fútbol se tratase, es sencilla: los míos son los buenos, los que tienen razón, los que hacen las cosas bien. Y a partir de ahí es asombroso observar como se es capaz de deformar, tergiversar o ignorar la realidad para que encaje con esa creencia previa. De manera que cuando sale a la luz un escándalo político del partido al que se apoya, la facilidad con la que este mensaje es ignorado es directamente proporcional a la magnitud del escándalo.
Hemos podido observar esto durante el curso de esta pandemia, dónde se ha pasado por alto que un general de la guardia civil afirmara que estaban trabajando para minimizar el clima contrario a la gestión del gobierno, dónde hemos visto como el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias salía cada día a decir lo contrario de lo que afirmaba el día anterior, dónde hemos oído a la ministra de Hacienda afirmar que Europa no permitía bajar el IVA de las mascarillas y salir al día siguiente celebrando que lo habían conseguido, cuando Europa lo permitía desde abril; y podríamos seguir con otras noticias más recientes, como el nombramiento del nuevo líder de Podemos Madrid, condenado por atraco a mano armada.
Por supuesto hay gente que justificará cada uno de estos eventos, pero no es lo que me interesa en este momento (uno puede pensar que eso está bien; si tiene razón o no, es otro tema). Lo verdaderamente sorprendente es que la gran mayoría directamente no llega a atenderlos, se apresuran a ignorarlos, ya que, por supuesto, es mucho más sencillo seguir creyendo que estás en lo cierto que pararte a pensar y correr el riesgo de darte cuenta de que estabas equivocado, de que las cosas no son como creías y que tal vez tienes que plantearlas de nuevo.

Como decía, esto es algo que se observa fácilmente en el día a día, y ocurre a ambos lados del panorama político (los anteriores ejemplos los he elegido por venir directamente del Gobierno, no por su color político). No importa cuál sea la barbaridad cometida, sino quién la perpetre. Los mismos que con razón rabian al observar un escándalo en los otros, hacen oídos sordos ante cualquier despropósito cometido por los suyos. ¿Por qué ignoras de unos aquello que jamás tolerarías de otros?
Pero no se trata únicamente de evitar la información incongruente con las propias ideas; también se produce la facilitación de la información confirmatoria: se acepta sin titubear cualquier opinión congruente con sus esquemas previos, sin ningún tipo de análisis. Esto deriva en la posibilidad de que se vierta sobre su cabeza todo tipo de creencias fanáticas sin fundamento. Este fanatismo ciego que lleva a algunos a despojarse de su individualidad, convirtiéndose en un autómata más con la única habilidad de repetir eslóganes vacíos de significado con los que pretenden explicar toda la complejidad de la realidad: “la culpa es del patriarcado”, “la culpa es del capitalismo”, “todos somos iguales”.
Esto no sólo es malo para el individuo, que abandona su propio potencial, sino que también perjudica a la sociedad en su conjunto. Lo que se consigue así es una masa ignorante y manipulable, que hace que la democracia se convierta en la herramienta de los políticos para imponer sus propias voluntades mediante el engaño, la demagogia y el populismo. De modo que la democracia se convierte en una forma más de tiranía, en la dictadura de la ignorancia.
Por supuesto todos podemos caer y caemos en mayor o menor medida en sesgos de razonamiento, por ello es importante hacer autoexamen y ser honesto con uno mismo, ser crítico con las propias opiniones, discutirlas y ponerlas a prueba, ser críticos también con otras opiniones, no hacer “hombres de paja” de los argumentos contrarios, mantener siempre un escrupuloso respeto a la libertad de expresión.
Tal vez así consigamos aprender algo, crecer, ir acercándonos más a La Verdad, y de este modo intentar hacer del mundo un lugar un poco mejor.
“A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas”
Friedrich Nietzsche
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