RVDO SR. D. JUAN MANUEL GÓNGORA MATARÍN
Desde que llegué a la comunidad parroquial de Oria, al norte de la Diócesis de Almería hace un año y cuatro meses, he podido conocer y sigo conociendo día a día de cerca la realidad de lo que se ha venido en llamar la “España vaciada”.
Una de las primeras advertencias que recibí fue: “En este pueblo hace mucho viento”, y así es, sorprendentemente, el paisaje sigue intacto sin la presencia de esas moles con aspas, dado que sus mecanismos serían inservibles ante la magnitud de las rachas emanadas por el arcaico Eolo.
Y a qué viene este microrrelato, muy sencillo, estamos viviendo una época marcada por el cambio de aires y vientos. La vida política, social y cultural fluye en base a lo acomodaticio, a aquello que de cara a la galería puede hacer ganar votos, ascender en ventas o promover una visión reduccionista de la realidad a costa de lo que sea. Lo cual a la luz de la fe, la fe de “nuestros padres”, nos debe mover a la reflexión.
Este semi-confinamiento que actualmente estamos viviendo en muchas zonas de España, puede resultar agobiante después de todo lo vivido; pero ¿estamos sacando fruto de esta situación o nos quedamos inertes ante el actuar de los poderosos de este mundo?
Afirmaba Platón que el precio a pagar por una sociedad desinteresada ante los gobernantes, es ser gobernados por necios. ¿Seguiremos inertes ante la acción política de los necios? ¿Esperaremos a que dadivosamente se nos conceda acudir a las urnas, con un sistema desigual de elección de nuestros representantes?
El Evangelio de este domingo nos invita a escuchar al que verdaderamente tiene autoridad, la plena auctoritas de quién ha triunfado sobre el pecado y la muerte, cuya voz y palabra es capaz de amansar hasta el más fiero viento o expulsar al espíritu inmundo.
Por ello os invito a que centremos nuestro actuar cotidiano en base al modelo que nos ha dejado, «ser astutos como las serpientes y prudentes como las palomas»; dejarnos guiar por la rectitud de vida, eludiendo las trampas saduceas preparadas por doquier y planteadas por aquellos que nos quieren conducir al error y el fracaso existencial.
De esta forma, dejemos que actúe en nuestras vidas el único viento favorable de la humanidad, el soplo salutífero del Espíritu Santo que insufla los dones necesarios para hacer frente a la ruina de los impíos. Pidamos a Dios que nos conceda tan excelsa gracia y vivamos la certeza de la libertad de los hijos de Dios, enfocados en la reivindicación de todo lo bueno, lo bello y lo perfecto; en definitiva, la santidad.
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