Aquel día

Faena Diego Urdiales Ventas

PLAZA 1

DIEGO GONZÁLEZ GILABERTE

Aquel día fue uno de esos días que no se me olvidarán nunca. Aquel día noté como me brillaban los ojos al ver un ángel sobre el ruedo de Las Ventas. Aquel día me consagré como aficionado taurino hasta el resto de mis días.

La historia de mi afición no es una historia larga, y es fácil escoger que día se ratificó. Lo que no es tan sencillo es describir las emociones que afloraron aquel día. Creo que nunca asimilaré lo que viví ese 7 de octubre en la famosa plaza de la calle Alcalá. Con un humano y un toro alcancé a ver a través de mis ojos arte en movimiento, felicidad en transmisión, la eternidad de una faena, y el toreo en carne y hueso. 

Fue una tarde de las que se dice que hacen afición. Y sí, os puedo asegurar de primera mano que aquella tarde fue de las que hacen afición. En lo poco que llevaba como aficionado, había visto más decepciones que otra cosa, pero esa faena lo cambió todo. Si ya quería seguir informándome más sobre la tauromaquia, después de lo que viví supe con certeza que mi afición por el arte del toreo sería duradera.

En mi familia nunca han gustado los toros. A mi tampoco me gustaban hasta que ya con 16 años acudí a un festejo popular en la Comunidad Valenciana, La Meca de los festejos populares, donde me picó el gusanillo. Tengo amigos que son muy aficionados, y decidí preguntarles para informarme e incluso decidimos que iría un día a Las Ventas.

Fui a una novillada de Saltillo, ganadería singular para mi debut venteño. Fui a todos los festejos siguientes y me aboné para la feria de otoño. La feria fue desilusionante y carente de emoción. Pero llegó aquel día. El día que me haría aficionado a los toros hasta el resto de mis días -algo que, además, unos meses después, pude expresarle en persona al artista de aquella obra-.

La tarde en sí fue interesante. Diversidad de comportamiento en los animales y una presentación impecable, como nos tiene acostumbrados Ricardo Gallardo, ganadero de Fuente Ymbro. Destacaron logrando un apéndice en su primer toro Chacón, en el que aquel torero emergente se armó de valor como sólo él sabe, y Urdiales, quién estuvo muy firme con su primero. Pero en el segundo toro del maestro riojano llegó la oda al toreo y todo cambió.

Apenas había transcurrido un mes y medio desde mi primera vez en una plaza de toros, y aún así me emocioné con aquella faena. Fue un arrebato de maestría, una obra artística rotunda en la que pude apreciar las emociones que se pueden llegar a vivir gracias a los toros, porque me parece inconcebible que otra faena pueda llegar a superar la explosión de emociones que se sintió en la plaza aquel día.

Un toreo al natural a cámara lenta. Como si estuviese viendo una faena editada y ralentizada. Pero estaba ocurriendo a tiempo real. Era inverosímil ver como una persona estaba toreando a un animal de 600 kilos con esa naturalidad, esa clase y esa despaciosidad que Urdiales supo imprimir en sus muletazos. Sólo algunos elegidos, contados con los dedos de una mano, están a la altura de realizar una obra así. La perfección.


Aquel día no solo viví una de las mejores faenas de los últimos años en el mundo del toro, sino que también tuve la oportunidad de dar la vuelta al ruedo previa a la puerta grande del gran triunfador de la tarde, el maestro Diego Urdiales. 

A escasos metros de Urdiales, quien minutos antes había obrado una de las mayores creaciones artísticas en los últimos años en esta plaza. Abrazándome con amigos, conscientes de la grandeza de la tarde que habíamos vivido y el momento inolvidable que se estaba fraguando.

Finalmente, cuando Urdiales se disponía a salir del ruedo para desembocar en la puerta grande, observamos como la gente se abalanzaba para tocar a un ser que se elevaba sobre el resto. Fue algo inexplicable. Jesucristo había resucitado por unos minutos dos milenios después, y había conseguido poner de acuerdo a todos los taurinos.

Viví algo que no se me olvidará jamás. Una experiencia que quedará bien archivada y guardada en la retina de mis ojos, y que tan complicado es que se me olvide, como que se repita.


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