Socorro llegó a Cangues… Puede parecer pomposo comenzar así la historia, pero creemos que la personalidad de Socorro lo justifica.
Decíamos que llegó a Cangues una señora, tal vez deberíamos decir una doncella, llamada Socorro. Nos referimos a su profesión, ya que sin ponerlo en duda no podemos asegurar que lo fuera realmente.
El caso es que Socorro llegó a Cangues a servir en una de las casas acomodadas, cuyos apellidos no hacen al caso. Socorro hablaba un idioma peculiar, como procedente de la Meseta que era, hablaba Español, se entiende; tal vez alguien piense que el idioma peculiar es el hablado por los naturales de Cangues que aspiran la h, la j y la f, según casos y barrios; o dicen: voime cuando quieren decir me voy, o fuístite, cuando quieren decir “te fuiste”.
No hay reglas para aprender nuestro idioma o lo mamas o no lo aprendes. Aclararé que yo no sé si lo mamé, mis padres eran de fuera, por ello hablaban “fino” y tal vez mi expresión sea híbrida. Tampoco me cabe por ello presumir de ser cangués auténtico, de esos que pueden presumir de descender del rey Pelayo o haber tratado con la familia del oso que mató a Favila.

Lo cierto es que Socorro con sus modismos idiomáticos, su alegre espíritu, sus ropas de colores, su carácter resuelto y su visión de la vida, se hizo notar. Físicamente no destacaba por nada especial: ni guapa, ni fea; ni alta, ni lo contrario; no delgada, tal vez algo rellenita.
Era una chica de servicio más, tal vez algo mayor que la mayoría de las que llegaban, que eran realmente niñas sin ningún mundo, procedentes de las aldeas próximas. Aunque en justicia debo rectificar, Socorro era claramente mayor de lo que era de esperar en una doncella recién reclutada.
Ocurría esto cuando en Cangues aparecían los primeros transistores, los aparatos de radio portátiles a pilas y éstos hacían furor, no todo el mundo tenía uno, pero iban entrando, ocupando un importante lugar entre los cachivaches poseídos, paseados y a veces ostentados por algunos afortunados.
La calidad de estos receptores era muy mala, tal vez el alcance de las emisoras fuera escaso, no lo sabemos, pero había ciertas áreas del pueblo donde se oía y otras donde la recepción era peor.
Vivía en Cangues un chico, tal vez no tan chico, hijo de una viuda, con alguna minusvalía que le hacía bambolearse al andar. Su tara hacía que se le considerara inútil para la mayoría de los trabajos posibles en la localidad. Llevaba por ello éste joven una vida monótona y poco activa limitándose a ayudar a su madre cuando podía.
Celedonio, que así llamaremos a nuestro coprotagonista, poseía la capacidad y curiosidad necesarias, aprendió Electrónica, no sé si en un curso por correspondencia, o tal vez simplemente comenzó a reparar transistores por las buenas.

Sin poder precisar el alcance de las reparaciones, lo que sí recuerdo es ver a Celedonio paseando por las afueras de Cangues, por la margen derecha del Río Grande, lo que él justificaba por la limpieza de la señal radiofónica de esa zona. Aunque supongo que también tendría influencia la belleza del paseo y la escasa concurrencia de vehículos en la zona por aquellas fechas.
El negocio de reparación de transistores fue lo suficientemente próspero, junto con la ayuda de Cáritas y el trabajo de su madre, como para permitirles vivir con cierto desahogo, la vida le sonreía a Celedonio como nunca lo había hecho.
La sonrisa se volvió carcajada ¡Llegó el amor!, Socorro irrumpió en la vida de Celedonio, el carácter de ambos, el escaso tamaño de la Ciudad, el constante vagar de Celedonio y la alegría de Socorro hicieron inevitable la colisión, la chispa, la llama y un amor irrefrenable que sorprendió a propios y extraños y dio mucho que hablar.
El amor explosivo los arrastró a toda marcha hacia el Altar. En Cangues abundaba el desocupado, el chismorreo era frecuente, pero no sobraban temas jugosos. La Boda animó la vida de la Ciudad, cotilleos, chistes y chacotas permitieron, a los conciudadanos de los protagonistas, ocupar sus largos espacios de ocio. Y es bien cierto que había mucho ocioso.

Hasta aquí todo fue normal, pero una boda requiere ciertos trámites y por ello un tiempo, el amor es impetuoso, desborda, salta muros y no puede esperar. Pregones en todas las misas de tres domingos debían anteceder a la ceremonia, tiempo excesivo para que tanta pasión encontrara una válvula de escape. Primer domingo de pregón, ese fue el tema de conversación a la salida de las misas.
Esa semana, con la boda, con este cotilleo, hubo: alegría, bromas e incluso chistes de mal gusto sobre la cojera del novio, el bamboleo y la estabilidad del tálamo nupcial.
El tiempo huye, la felicidad tiene su tiempo. ¡Oh dolor!, Celedonio y Socorro rompen. El martes Socorro visita a don Juan, cura párroco de carácter medieval, dicho sea de paso gran entendido en textos arameos, se comenta que el próximo domingo no habrá pregón.
Lunes siguiente: ¡Aleluya! ¡Reconciliación!. ¡De nuevo se pregonará! Entre idas y venidas a la casa parroquial ¡Qué sí, qué no!: suelas de zapatos gastadas. La madre de Celedonio está qué no vive, las “damas de la caridad”, cariacontecidas. ¿Qué va a ser de Celedonio que no come? ¡No pasea! Su bamboleo no alegra la carretera de Castilla, ¿Qué va a ser de los transistores? ¿Quién los reparará?
Don Juan es la solución, los cita, los quiere juntos: ¡juntos o nada!; los recibe correcto pero severo, o cesan los enfados y se casan como Dios manda, sin más dilación, o no los casa. El ultimátum es serio:
-Buenos días don Juan ¿Cómo está usté?
Comienza hablando Socorro, -Me dijo doña Purita que viniera a verlo, claro vine enseguida-, interviene Celedonio: -Buenu ya sabe usté que si nos llama venimos enseguida… que hacemos lo que usté quiera, díjomi mi madre que lu salude de su parte y que si quier alguna cosa que ya sabe…
Don Juan se impacienta:
-Socorro y Celedonio, Celedonio y Socorro, ya estoy harto de que si sí, y de que si no. Con las cosas serias no se juega, casarse es celebrar un sacramento, no es una tontería, además vosotros no sois ningunos críos, así que o os casáis sin más o no os casáis, por lo menos en Cangues. Aquí no se juega y conmigo menos. Celedonio estáis matando a tu madre a disgustos, y tu Socorro aunque no conozco a tu familia, he pedido informes y son muy buenos, sé que sois pobres pero honrados, los castellanos lo son. No se hable más o os casáis el martes que viene a las seis de la tarde o no os caso.
La boda llega y todo el mundo siente el alivio del desenlace. Decíamos que finalmente se casan, felicidad de la pareja, llanto de la madre, damas de la caridad emocionadas haciendo de damas de honor.
Desde esa fecha Celedonio pasea menos, trabaja más, es razonablemente feliz, pero desconoce la monotonía y nada en su vida ha vuelto a ser anodino. ¡Ahora desconoce el aburrimiento!
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