¿Las apariencias engañan?

Las apariencias engañan

JUAN SEGURA NUEZ

Estás en Polonia a más de dos mil kilómetros de tu casa. Un día de mucho frío y aún más nieve, haciendo un poco el tonto con tus amigos, te haces daño en la espalda y no puedes ni caminar. Te intentas convencer de que no será nada, pero, por si acaso, decides ir al hospital.

Unos amigos te llevan a urgencias en volandas, porque no te puedes poner de pie. La sala está llena, no sabes dónde sentarte y no te atiende nadie. Tampoco hablas polaco, lo que complica un poco más la situación. Gracias a otro simpático paciente que te hace de traductor, logras que alguien de recepción te registre, aunque te avisan de que hasta dentro de cuatro horas lo más seguro es que no te vea nadie.

Seis horas después te pasan a una sala con otras cuatro personas. Todas ellas mirando a un ordenador. Adivinas que uno de ellos es médico porque te empieza a hacer preguntas, aunque no se ha presentado y se ríe de ti por no hablar polaco. Te sacan sangre y una chica en pantalones de camuflaje militar y una sudadera varias tallas más grandes de lo que debería te sube a una silla de ruedas y te dice que la acompañes: es una celadora del hospital que te lleva a hacer una radiografía.

De nuevo te abandonan en una sala y te piden que esperes un rato más. Sin embargo, a las 5 de la mañana, más de diez horas después de haber llegado al hospital, pides irte viendo que nadie se hace cargo de ti.

Te vas porque te cansas de que nadie te atienda. Puedes llegar a entender que haya retrasos, pero no el desconocer qué médico se encarga de ti. Ni siquiera sabes quién es médico y quién no.

Cuando vas a un hospital esperas que una persona que sabe más que tú se interese en tus preocupaciones, en lo que te duele; y que te proponga soluciones. Por eso es importante que un médico parezca médico, y que un celador parezca celador. Que sean conscientes de la posición que ocupan con respecto al paciente y que su apariencia y comportamiento se adecúen a la de un profesional dispuesto a ayudar.

Siguiendo con los médicos, en un tiempo pasado todos iban en traje. Hoy en día, es posible que un paciente haya visto en redes sociales al médico que lo atiende bailando con el uniforme del hospital. Y no estoy diciendo que el médico que baila sea peor que el sobrio trajeado, pero pierde una apariencia de seriedad que influye en la seguridad de sus pacientes.

Lo cierto es que cada vez que interactuamos con alguien le estamos produciendo una impresión. Y en situaciones en las que no hay tiempo para conocer profundamente el interior de la otra persona, como un médico que ve a un nuevo paciente, las apariencias cobran un peso importante.

¿Qué pensarán los alumnos de su nuevo profesor si el primer día llega tarde y con pintas de haberse despertado hace 5 minutos? ¿Qué pensarán los ciudadanos de un diputado que acude al Congreso despeinado y descamisado? Puede resultar que ambos sean los mejores en lo suyo, pero, quien los ve, se forma una imagen contraria. A una persona puede que no le importe lo que los demás piensan de ella. Sin embargo, cuando perteneces a un colectivo, a una profesión, la estás representando. Y tienes que mantener una apariencia acorde con el prestigio y la reputación de tu oficio.

Lo cierto es que creo que las apariencias terminan influyendo en todos los ámbitos de la vida. No solo hay que ser buena persona, sino que hay que parecerlo. Lo mismo para los que somos cristianos. Y en una sociedad en la que inevitablemente va a haber prejuicios, no demos motivos para que la gente piense de nosotros lo contrario a lo que somos de verdad.


Publicado por Juan Segura Nuez

Médico en potencia. Batería por diversión.

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