En primer lugar otorgaré al lector desinformado un mínimo de contexto. El expresidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy, ha sido condenado a tres años de cárcel por corrupción y tráfico de influencias.
Eso sí, Carla Bruni no quedará desamparada, pues no veremos al expresidente francés entrar en prisión; se le ha permitido cumplir la sentencia en su domicilio y con medidas de seguimiento electrónico.
No soy jurista así que resumiré brevemente el caso: la Justicia francesa reprocha a Sarkozy “haber utilizado su estatuto de antiguo presidente de la República y las relaciones políticas y diplomáticas que tejió cuando estaba en ejercicio para gratificar a un magistrado que había servido a su interés personal”. El Tribunal añade como agravante que “que quien cometió los hechos en cuestión fuese alguien que, cuando ocupó la jefatura del Estado, era “el garante de la independencia de la Justicia””.
Si bien es cierto que, para ser fieles a la verdad, he de destacar que monsieur Sarkozy tiene otras causas abiertas, bastante graves, tales como financiación ilegal, así que su horizonte judicial parece poco halagüeño.
He de reconocer que como buen español soy reacio a todo lo que venga de nuestros vecinos norteños, pero al leer la noticia relativa a la condena de Sarkozy sentí cierta envidia. Parece que en Francia la Justicia sí es ciega y justa. Cabe recordar también que Francia está llevando a cabo una investigación sobre la gestión de la pandemia que ha propiciado hasta el registro del domicilio de Olivier Véran, ministro de salud galo.
Bien, al leer con poca profundidad los motivos de la condena al expresidente franco no pude evitar pensar en qué pensarían Sánchez y los suyos al conocer la información, si es que tienen tiempo para ojear la prensa…
A ese binomio del mal que conforman Sánchez e Iglesias se les debió escapar una carcajada al enterarse de que un político pueda ir a la cárcel por tráfico de influencias. Me los imagino pensando: “Mira que tonto el franchute este”.
Es imposible no pensar en el ministro Ábalos pensando “por que tonterías van a la cárcel fuera de aquí”. O en Irene Montero diciéndole a su pareja “jo tío, ¿cómo es que en Francia les condenan por nuestro día a día”. La imagen de Salvador Illa sí que la proyecto acongojada.

En fin, los Delgado y compañía han corrompido hasta tal punto la Justicia que miramos con asombro como un país fronterizo ejecuta las leyes y condena a alguien por delitos tipificados en nuestro Código Penal. Todo esto en menos de un lustro.
Mientras el Tribunal Correccional de París condena a un expresidente de su República por “tráfico de influencias” en España el Consejo de Ministros parece una agencia matrimonial.
Mientras el Tribunal Correccional de París condena a un expresidente de su República por “tráfico de influencias” en España el presidente del Gobierno se lleva a todos sus amigos de vacaciones, los alberga en Patrimonio Nacional, a gastos pagados por supuesto, y después se ríe de nosotros diciendo que no sabían cuantos eran. Además, caso extraño es el amigo o familiar de Sánchez que no ha sido colocado a dedo.
Mientras el Tribunal Correccional de París condena a un expresidente de su República por “tráfico de influencias” en España la Fiscalía archiva las denuncias contra el ministro de Sanidad por su criminosa y dolosa gestión sin ningún fundamento jurídico.
Mientras el Tribunal Correccional de París condena a un expresidente de su República por “tráfico de influencias” en España vemos con buenos ojos las extrañas y millonarias concesiones a dedo que el señor Illa facilitaba a opacas empresas desde su ministerio.
Mientras el Tribunal Correccional de París condena a un expresidente de su República por “tráfico de influencias” en España aceptamos que el partido que lidera el Vicepresidente del Gobierno tenga frentes judiciales abiertos y que la supuesta malversación y cohecho sea algo casi inherente a sus siglas.
Mientras el Tribunal Correccional de París condena a un expresidente de su República por “tráfico de influencias” en España permitimos que no exista separación de poderes y nuestro presidente se vanaglorie de ello en la radio pública.
Mientras el Tribunal Correccional de París condena a un expresidente de su República por “tráfico de influencias” en España tenemos como Fiscal General del Estado a “la que bebe de la copa” de uno de los jueces más corruptos de la historia de nuestra democracia.
Mientras en Francia hay Justicia, en España está prostituida.
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