El corpus de la sangre ~ Cataluña: secesión de ida y vuelta

Els segadors

Hermenegildo Mirallles (1910)

JOSÉ MARÍA AIGUABELLA AÍSA

Corría el año 1640. Europa se hallaba inmersa en la guerra de los Treinta Años, en su desenlace estaba en juego la hegemonía en Europa entre la Monarquía Hispánica y Francia. A la sazón, reinaba en España Felipe IV con su valido el Conde-duque de Olivares. La Monarquía de Austria mantuvo la estructura político-administrativa de reinos distintos con un monarca en común, cada uno con sus fueros e instituciones particulares, lo que generaba desigualdades entre ellos en sus respectivas obligaciones para el sostenimiento de la Monarquía Hispánica.

A comienzos del siglo XVII, el absolutismo burocrático y centralizador imperaba en Europa y Olivares no fue ajeno a tales planteamientos políticos. Así, en 1626 propuso al rey que todos los “Reinos, Estados y Señoríos” de la Monarquía Hispánica deberían estar obligados a contribuir, con soldados y dinero, en proporción a sus posibilidades, al sostenimiento del proyecto común. Este planteamiento no fue aceptado por la Cortes catalanas, exicitando sus recelos ancestrales por la preservación de sus fueros. 

En este contexto, los franceses habían atacado el Rosellón a finales de 1639. Fue enviado un ejército, que consiguió rechazar la invasión. Finalizada la campaña del Rosellón, una parte de los soldados permanecieron en Cataluña como refuerzo para protección de las plazas fronterizas. Los catalanes no deseaban convertir su territorio en base militar, al interpretar que tal circunstancia suponía un aumento del poder del rey sobre ellos.

Además, el ejército debía ser mantenido por la población del territorio donde se encontraba destinado. Esta obligación no fue bien recibida en Cataluña, ya que consideraban que sus fueros eran violados, al entender que les eximían de tal obligación, de modo que la presencia de las tropas era considerada, por la población afectada, como fuerzas de ocupación. 

El rechazo de las poblaciones a cumplir con el mandato provocó graves incidentes con las tropas, que junto con algunas tropelías cometidas por la soldadesca llevaron a enconar los ánimos. Las disputas callejeras terminaron en enfrentamientos violentos.  

El 7 de junio de 1640, día del Corpus, como era costumbre, acudieron a Barcelona los payeses –els segadors- en mayor número de lo habitual y provistos de armas. Los segadores atacaron a los soldados que defendían la capital. El virrey, vizconde de Santa Coloma, intentó huir, siendo apuñalado y arrastrado. El motín adquirió trascendencia popular.  Estos hechos han pasado a la historia como Corpus de la sangre

Olivares envió un ejército a Cataluña para sofocar la rebelión. Sin darse cuenta, se había pasado del motín a la ruptura total. Ante el avance del ejército sobre las barreras defensivas catalanas, Pau Claris, al frente de la Generalidad de Cataluña, tomó la decisión de poner el territorio bajo la protección y soberanía francesa, cuyos ejércitos penetraron en Cataluña por todas partes. Richelieu, valido de Luis XIII de Francia, negoció el reconocimiento de Cataluña como república independiente bajo protectorado de Francia. En 1641 el rey francés era proclamado Conde de Barcelona.

A Olivares le sucedió Luis de Haro, uno de cuyos objetivos fue la recuperación de Cataluña. De un alzamiento catalán contra el centralismo castellano, se había pasado a un enfrentamiento entre España y Francia por la posesión de Cataluña. 

Luis XIII impuso un virrey francés y colocó en la administración catalana a personas profrancesas; el costo del ejército francés, que los catalanes debían soportar, resultaba muy oneroso; Cataluña fue convertida en un mercado de Francia, cuyos comerciantes gozaban de preferencia sobre los autóctonos. El sentir de la mayoría de los catalanes, a cerca de la intervención francesa, era de desengaño, porque su situación era peor que la que les parecía insoportable con Felipe IV. El deseo de reincorporación a los reinos españoles era manifiesto.

Cuando en 1651 el ejército de Felipe IV asediaba Barcelona, la población catalana lo acogía como tropa de liberación. En 1652 Barcelona reconoció de nuevo a Felipe IV, quien prometió un respeto total de sus fueros. Poco a poco, toda Cataluña estaba recuperada. En realidad, era más lo que les unía que lo que les separaba.

La crisis de 1640 trascendió a Cataluña, afectando a Portugal, que alcanzaría, unos años después, la independencia definitiva y, con menor consecuencia, a Andalucía, Aragón, Navarra, Sicilia y Nápoles. España es una variedad de pueblos que presentan movimientos centrífugos y centrípetos.

En épocas de prosperidad o cuando un ideal vitalizador une todas las fuerzas hispánicas en una empresa común, la diversidad no obstaculiza la unión. En cambio, cuando la prosperidad retrocede o cuando se quiebran los ideales, o ambas cosas -como era el caso- la diversidad se convierte en fermento de escisión. La crisis de 1640 rompió la unidad política, y con ella la unidad moral (J.L. Comellas).

“La historia es un incesante volver a empezar”

Tucídices

Publicado por José María Aiguabella Aísa

El Profesor.

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