LA HUIDA DE SÍ MISMO ~Recuerdos de niñez~

Revuelta Asturias 1934

JOAQUÍN ECHEVERRÍA ALONSO

Se armó la gorda, en la escuela de Ujo se supo de inmediato. Otro maestro llegó a decírselo: 

-Ricardo si las cosas se ponen feas tendrás que hacerte cargo otra vez del partido en La Granda-.

Ricardo supo entonces que Franco se había sublevado y de inmediato se fue a casa preparó un maletín con lo más imprescindible y se dirigió a la estación. En el camino Rafael, el padre de Falín, lo detuvo y le dijo: 

-Don Ricardo ¿A dónde va usted? ¿Tiene algún problema? ¿Le pasa algo a su hijo?-

-No es eso, nada importante, eso espero, me llegó un telegrama de mi madre que está ingresada y me voy a Oviedo al hospital-

-Ah bueno, que se mejore su señora madre, y tenga cuidado, puede que vaya a haber lío, usted con esas canas… su pinta señorial, parece un cura y como dicen que se ha sublevado Franco en Marruecos-

No se detuvo más, alcanzó la estación, compró un billete para Pola de Lena, donde era menos conocido. Una vez en el tren tuvo buen cuidado de ponerse en un lugar discreto, con un periódico, detrás del que pretendía pasar desapercibido, controló los pasajeros que entraban y salían del vagón.

Antigua estación de Pola de Lena
Antigua estación de Pola de Lena (todocolección.net)

En La Pola se bajo del tren y se dirigió a la centralita de teléfonos local y pidió una conferencia con el número del alcalde de barrio de Tornín, le dijo: 

-Por favor Alejo, soy Ricardo el primo de Fernando el maestro, dígale a mi primo que me dirijo a su casa, que quiero estar a cubierto mientras se clarifica esta revuelta, no quiero verme envuelto como en octubre del 34-.

De nuevo se subió al tren camino de Oviedo y oyó a unos mineros charlar alegremente de los acontecimientos. Uno decía a voz en cuello, como si hablara para todo el vagón: 

-Esta vez no será como en el 34, en la que nos reprimieron, a mí me metieron en la cárcel por lo de Oviedo y allí estuve hasta que ganamos las elecciones-.

Otros le hacían coro, con comentarios llenos de bravuconadas, de lo que les iban a hacer a Franco a los fascistas y esos señoritos de Oviedo.

La bota de vino corrió por el vagón y todos brindaron por el marxismo y por el gobierno del pueblo. Ricardo también bebió procurando significarse lo menos posible, sus manos le temblaban pero nadie reparo en él.

Al llegar a Oviedo se vació el tren, era fin de trayecto. Una de las viajeras joven, guapetona y pobremente vestida, le dijo tímidamente: 

-Por favor señor podría acompañarme hasta la estación de los Alsas, es que voy para Luarca y no conozco Oviedo, es la primera vez que salgo de La Hueria y me da mucho miedo la ciudad-.

Ricardo no sabía qué hacer, su cortesía lo obligaba, pero quería abreviar al máximo su estancia en Oviedo, por otro lado aquella mujer tan joven y tan dulce, su cara de pena su aspecto desamparado le producía ternura. Ella viajaba sola y no podía desampararla.

Ricardo observó a Mariola, que así dijo llamarse, vio que no llevaba equipaje, apenas una cesta a manera de bolso tapado con un paño y sintió una cierta intriga de cual sería su historia y el motivo de su viaje.

Ella resistió bien las preguntas y apenas soltó información, solamente le dijo que se dirigía a Luarca, donde le habían dicho que las fábricas de conservas de pescado empleaban mujeres y que quería emprender una nueva vida.

Luarca, imagen antigua.
Luarca

El aspecto asustado, de cansancio, de vulnerabilidad despertó el instinto protector de Ricardo que por un momento sintió necesidad de cuidar de ella. Tomando precauciones se dirigió a una taberna un poco apartada, no lejos de la estación del tren, allí pidió algo de comer y media jarra de vino, con el que quería reconfortar a la joven fugitiva. Comieron y ella agradecida apoyó sus manos en las de él y luego las retiro con timidez.

El notó un cambio en la joven que hablaba con más desparpajo y ya no era necesariamente Luarca el objeto de su viaje, le dijo: 

-La verdad don Ricardo, yo no sé si usted es un cura o si está casado, dígamelo por favor, si no lo es yo me iría a donde usted vaya y podría hacerle la casa a cambio del techo y la comida, pero tengo que escapar porque me buscan y si me encuentran estoy perdida-.

-Claro que no soy un cura y por lo demás estoy separado. Pero estoy de viaje de negocios y no me serías de ninguna utilidad; si quieres te acompaño, aunque tengo poco tiempo, pero esta tarde tengo que embarcarme en el tren de Económicos dirección Bilbao y no tengo tiempo que perder-.

Ande, no sea malo y lléveme con usted, para mí es importante ir muy, muy lejos, y siempre podría ser una buena compañía y haría todo, todo lo que usted quisiera-.

Subieron al tren, Mariola se empeño en pagar su billete, llevaba algún dinero en un pañuelo atado que se sacó de algún compartimiento de su escote, lo guardaba para el pequeño y tuve que dejarlo.

Guillermo pensó que en compañía de aquella joven pasaría por un viajante de comercio que se hace acompañar de una señorita de vida alegre.

El tren iba mediado de gente y en una esquina había un viejo de aspecto insignificante que miraba furtivamente, como si quisiera conocer todo sin ser visto. Guillermo creyó ver en él cierto grado de desaprobación en la mirada que les dirigía el viejo en ese momento y pensó que si formaban un grupo con él sería menos fácil ser descubierto. Se sentaron en las bancas de enfrente del viejo. Al principio fueron ignorados, pero cuando observó que ella lo llamaba don Ricardo el viejo dijo buenos días perdonen que me presente me llamo Juan ¿Con quién tengo el gusto de compartir este viaje?

Ricardo contesto cortés pero seco y Mariola bastante efusiva le dijo su nombre e intentó entablar conversación torpemente. Se habló poco y el viejo huía de los intentos de Mariola en establecer conversación con él, manifestaba interés e incluso simpatía por Ricardo. Ricardo no comprendía esa actitud. Cada parada del tren era un sufrimiento para Ricardo, que temía verse reconocido por alguien, e intencionadamente entablaba conversación con Juan y Mariola, observó que Juan hacía lo mismo, lanzando miradas a todas direcciones y mostrando nerviosismo.

En Carancos una patrulla de guardias de asalto registró el tren y pidió la documentación, Guillermo pudo ver que los papeles que exhibió Juan estaban a nombre de Pedro García. Mientras Mariola estaba en el baño Guillermo hizo una alusión a esa circunstancia y Juan le dijo realmente me llamo Juan y soy del clero como usted y también busco donde esconderme, usted y yo sabemos lo que pasó en octubre del 34.

Terror rojo en Asturias

Guillermo le dice: 

-Se confunde usted conmigo y debiera ser más discreto, ya está usted crecidito para confesar algo tan grave al primer desconocido que ve-.

-No me crea tan inocente, de hecho sé cosas que usted ignora, no sabe que va acompañado por una pecadora. O ¿Es que lo sabe y se protege con ella?

-No me interesa su charla, es usted poco discreto y se mete en lo que no le interesa, pero es cierto en parte, soy un comerciante y se mezclar el negocio y la diversión y para eso Mariola es la mejor-.

-Pues cuídese porque esa es de la casa del Nini y si lo pillan llevándose a una de sus pupilas no le sirve de nada ese aire grave de clérigo que tiene-.

En esto llegó Mariola que al verlos hablar intentó colarse en la conversación pero de ahí a Arriondas no hubo más que un ambiente gélido. Mariola iba incómoda, impaciente como si le doliera algo. 

Cuando llegaron a Arriondas, el andén estaba casi vacío. Ricardo y Mariola se bajaron y pudieron ver como los guardias que antes lo había inspeccionado detenían a Juan en el tren. Los guardias miraban en el vagón y por las ventanas como si los buscaran a ellos. 

Guillermo busco entre el gentío de la estación a su primo, pero no estaba. Se dirigieron al coche de línea, era de aquellos de madera, barnizados en color natural, parecido a una rubia pero más grande. Les dijeron que por una avería no saldría hasta el día siguiente.

 (Se refiere a los coches con carrocería de madera barnizada en color natural)

Esto los hizo escabullirse hacia la cantina del modo que les pareció más discreto. María le dijo a Guillermo que necesitaba ir a algún lugar privado que se tuvo que escapar sin su pequeño y que ya le dolía el pecho, que a esta hora ya le tenía que haber dado de mamar hacía dos horas.

Guillermo se quedó pensativo recordó a su hijo, a su mujer, a las historias de ella en la crianza, nunca se había preocupado y cuando ella le contaba este tipo de cosas, pensaba ¡Pamplinas! Ganas de dar la lata. Miro a Mariola y sintió ternura, sintió ganas de abrazarla, pero se detuvo.

Mariola se arrimaba a él, lo había adoptado, era suyo, era su protector. Él pensó de qué huye esta mujer ¿La estará buscando ese Nini? ¿Será cierto que es una prostituta? ¿Será el Nini su chulo? ¿Será un tipo peligroso?

Esa noche durmieron en una pensión, Mariola en la habitación alivió su pecho de la presión de la leche y Guillermo presenció la escena y se sintió extraño. La situación superaba su estado de ánimo, en la cama Mariola se acurrucó a su lado mimosa y él no encontró ánimos para pasar de ahí. Luego insomne la observo en su sueño de niña inocente. Por la mañana ella le dijo algo sobre su caballerosidad que él no supo interpretar, si era un cumplido o un reproche.

Salieron a la calle para dirigirse al coche de línea. Un chicuelo los miró con atención y algún disimulo, lo que preocupó a Guillermo, pasaron unos minutos, el coche iba a salir, ya con el coche en marcha vino un tipo que lo miró muy descarado. Le dijo algo al conductor, creo que fue, que no arrancara sin que lo avisaran, pasó un rato, a Guillermo se le hizo largo, después se presentó una pareja de policías municipales, uno gritó desde fuera del coche diciendo: 

-¡Eh tu, cura, sal de ahí con la puta ahora mismo! 

Los policías estaban algo encogidos, algo tímidos, lo que compensaban hablando muy alto y con un aparente descaro.

Guillermo no se movió, Mariola estaba histérica, Guillermo se estremeció, lo miraban a él. Ante su pasividad se envalentonaron, entraron en la línea y los sacaron a empellones, el tipo descarado le decía algo así como: “cura miserable” y no sé cuantos improperios más.

En la calle se había arremolinado bastante gente, curiosos que los increpaban o los miraban con cierta conmiseración.

La buscaban a ella por el asesinato del Nini y a él lo detuvieron por si tenía relación con el caso. Además él allí pasaba por ser un cura. Guillermo no dio su verdadera identidad.

Los chicuelos de la calle les tiraban excrementos, cagallones de caballo y le hacían chistes sobre su ausencia de tonsura: 

-¡eh cura!. ¿Porqué no tienes coronilla? ¿Dejástitila crecer?

Lo llevaron a la casa consistorial, me empujaron a un calabozo en el sótano, el recinto me pareció miserable, de vez en cuando encerraban allí a algún borracho y poco más, el recinto estaba sucio y no olía bien. Se olvidaron de mí hasta el día siguiente, no le dieron de cenar y durmió mal. ¡Qué angustia! ¡Allí tan solo! Descubrió que echaba de menos a Mariola, verla dormir, como la noche anterior.

Imagen actual de la casa consistorial de Arriondas
Imagen actual de la casa consistorial de Arriondas

A la mañana siguiente, vinieron a buscarlo, usaban mejores modales, lo llevaron a un despacho, lo recibió un hombre con aspecto de oficinista. Le dijo: 

-Esté usted tranquilo no pasa nada, pero hay que hacer unas comprobaciones de rutina. “Ya sabe usté, que hay que controlar, tenemos que saber quien viaja, no sea que haya espías o reaccionarios de los que andan por los pueblos levantándolos-.

Continuó hablándole: 

-Hemos recibido consignas de especial cuidado con los curas, pero no se preocupe, por cierto que luego va a venir mi madre me gustaría que la atendiera y le dijera que yo lo he tratado bien, ¡Es una beata de primera! ¿Sabe? Don Fernando el cura de aquí anda escapau y ella está muy triste-.

Luego comenzó un interrogatorio. Dio su nombre y explicó que era maestro. Dio como valedor a su primo que, como él, era maestro en Tornín, que él estaba de vacaciones y se dirigía a casa de su primo a pasar unos días.

El funcionario no parecía convencido, se empeñaba en que hablara con su madre: 

-“Bueno a usté que más le da, hágame ese favor, aunque no sea cura. Usted habla muy finu y a ella va a darle igual, la cosa e que ella crea que yo ayudé a un cura”.

Guillermo se interesó por Mariola, pero no fue informado en absoluto.

Por la tarde llegó el primo de Guillermo, éste estaba bien visto allí. Ya no lo tenían en el calabozo, estaba en la oficina, aparentemente libre, pero custodiado.

Todo se aclaró, pidieron referencias a la Granda, tras lo cual le dieron todo tipo de explicaciones, hasta obligaron a los guardias municipales a disculparse, lo hicieron tan torpemente como la detención.

El alcalde le dijo: 

-¡Qué sarcasmo camarada!, Confundirte con un cura, ¿Por qué no te explicaste?. Ya sabes que queremos cada cura controlado en su parroquia, que no anden por ahí revolviendo a la gente, ¡La revolución es cosa nuestra!, Pero. !¡Qué ocurrencia, creer que alguien como tú sea un cura!, Aunque mirándote bien ¿Porqué no?-.

Guillermo ya descubierto no tuvo escapatoria, ya no podía refugiarse en Tornín, en el anonimato, se vio obligado a irse a La Miranda a hacerse cargo de sus obligaciones políticas.

Desde entonces hizo gestiones, se ocupó de Mariola, se hizo cargo del niño y lucha por conseguir que el proceso se acelere. Han pasado unos años, Ricardo comenta a sus amigos lo buena que es la madre del niño y que está fuera, pero que pronto volverá y entonces él se casará con ella.


Publicado por Joaquín Echeverría Alonso

Ingeniero de minas . Aficionado a contar historias más o menos reales.

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