Los clubes de fútbol fueron fundados como instituciones promovidas por la sociedad, acogidos por una población o un barrio del que tomaban su nombre y por los que sus seguidores y allegados se sentían representados. Su única finalidad era, exclusivamente, de orden deportivo sin pretender nada más allá. Así era el fútbol real que conocimos, con sus más y sus menos, hasta la llegada de las sociedades anónimas.
Ahí comenzó lo que denomino el postfutbol. Los clubs -que así se pronunciaba en plural- pasaron a ser propiedad de dueños variopintos, muchas veces ajenos al fútbol en general y/o advenedizos de tierras lejanas que nunca habían oído hablar del club adquirido ni podían identificarse con sus intenciones fundacionales. Así, casi de manera imperceptible al principio, pero inexorablemente la disociación entre la nueva propiedad y los antiguos dueños, ahora abonados, se hizo patente, en una relación antinatural entre el sentir de estos últimos, que seguían percibiendo la institución como propia, pero sobre la que habían perdido toda capacidad de decisión y las SA, empresas cuya finalidad social, cambió el epígrafe deportivo por otras actividades económicas -muy legítimas-, pero que terminaron desvirtuando su sentido fundacional.
La fiebre del oro televisivo se apoderó del fútbol, sometido al calendario asimétrico, es decir desvirtuado, a las apuestas, a los horarios a demanda del sofá próximo y remoto, convirtiendo al aficionado presencial de antaño en destinatario insignificante o incluso prescindible en un espectáculo en manos de las factorías de ficción. Así, el fútbol real fue sustituido por otro de diseño, cuyas emociones sucedáneas se gestan en las plataformas comerciales. El postfutbol, había entregado su esencia y existencia al becerro de oro.
Las circunstancias pandémicas, han acelerado la inmersión en otra etapa que podemos denominar el transfutbol. El viejo abonado ninguneado, al que se le impedía presenciar los entrenamientos y al que solo le permitían aproximarse a sus jugadores favoritos a través del plasma, ya ni puede asistir al estadio porque el virus se lo impide. Toda una metáfora.
Pero las cosas siempre pueden ir más allá y desnaturalizarse por completo. Así, se anuncia la llegada del fútbol oligárquico, de diseño, de espectáculo pintado de oropel glamuroso, en el que el proceso de fría mercantilización que impregna al fútbol institucional de FIFA, UEFA, LFP, FEF, se ve desbordado por el intento de emancipación de sus hijos predilectos, que ambicionan quedarse con la herencia.
Hemos visto como desde los estamentos del fútbol ‹‹oficial›› se subastan finales españolas para jugarlas en lejanos lugares; como se conceden mundiales al mejor postor, aunque haya que violentar otras cosas; como se intentó vender presencialmente partidos de liga, ninguneando a los abonados, para disputarlos en allende los mares. La diferencia fundamental entre el transfutbol institucionalizado y el fútbol oligárquico es que los oligarcas pretenden sustituir al monopolio institucionalizado para hacerse con el uso, cuando no con el abuso del circuito.
Por este camino, el equipo del viejo aficionado, al que este sigue con pasión, en el que se reconoce porque es el suyo, está condenado a dejar de ser. En ese instante, si todavía no ha desaparecido, se lo habrán cambiado por un sucedáneo, con oferta de pizza de imitación para consumir en el sofá.
El camino está marcado, bien bajo el auspicio de los mandarines del fútbol institucional o a las órdenes de los oligarcas emancipados, o tal vez por una simbiosis, pero no hay vuelta atrás. Es lo que hay.
Las cosas han cambiado. Hago mía la afirmación del presocrático Heráclito que definió el devenir con este pensamiento: todo fluye, nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. A esto añado que las aguas pueden bajar turbias, sucias, venenosas, pero también cristalinas y puras. Hay que elegir el río correctamente.
“Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”
Albert Camus, futbolista y Premio Nobel de literatura
“En el fútbol, la peor ceguera es solo ver el balón”
Nelson Falcão Rodrigues
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