En las últimas semanas se viene avivando una cierta polémica por el hecho de que algunos autores se hayan atrevido a cometer el terrible pecado de expresar opiniones díscolas en según qué foros. El caso más sonado fue el de Ana Iris Simón, que se arrogó a blasfemar contra las cosmovisiones de Pedro Sánchez en el Sanctasanctorum socialista (digo bien para referirme a Moncloa, porque a esta gente le cuesta bastante distinguir entre la actividad de gobierno y la de partido); pero también hubo otros casos notables como el de Daniel Gascón, que a ojos de muchos ensució con sus opiniones sobre los indultos a separatistas una columna del diario El País.
Resulta un poco infantil pretender que existan medios de comunicación neutrales, pero en España nos hemos acostumbrado además a que la mayoría carezcan de personalidad y derecho a discrepar dentro de su espectro ideológico. La pandemia ha propiciado un camino hacia nuestro interior más mezquino, buscando reafirmación y reposo de conciencia en las burbujas de pensamiento afín que decoran para nosotros los algoritmos de las redes sociales; o bien salir de cacería para afear al asalto cualquier comentario de los que viven en las órbitas rivales.
Pero en este tiempo la mayor culpa no ha sido de Silicon Valley, que no deja de ser la industria de lo banal, sino de la tendencia a la degradación de los diarios digitales hacia la noticia-folletín; o directamente el periodismo catequético de preguntas y respuestas para tratar de adoctrinar a los lectores en una suerte de mayéutica manipulativa.
Hablar de sectarismo es quedarse muy corto o directamente errar el tiro. Esto lo venimos comprobando desde que el PSOE disputa su espectro con Podemos, que lejos de aplicarse la receta que sus tertulianos adictos extienden al PP (mirar hacia el centro para crecer), utiliza la estrategia contraria: competir por encarnar la verdadera izquierda. Sánchez no solo no necesitó para ello parecerse a Pablo Iglesias, que ilusionaba más bien por sus propuestas económicas disruptivas y populistas en lo peor de la crisis anterior, sino que además consiguió que Podemos se terminase pareciendo bastante al PSOE: con el panorama más saneado y tranquilo, el espíritu del 15-M perdía fuerza y a los morados no les quedaba más remedio que subirse al carro globalecofemiqueer (más o menos lo que defendía Errejón poco antes de su purga) para seguir emocionando a su electorado, con pocos matices de diferenciación ya con los socialistas en lo esencial más allá de la presunción de no-casta… Y volveremos sobre ello después. Pero no es, ni mucho menos, una innovación de Pedro Sánchez. El maestre de la madurez democrática del PSOE es Zapatero, que por haber sido el líder más endeble de su tiempo perdió los escrúpulos para abrazarse a cualquiera que le permitiese formar mayoría parlamentaria, señalando el camino a sus pupilos.
ZP ejemplifica a la perfección la clave de todo esto: ¿cómo consiguió que su electorado aceptase sus amistades peligrosas? ¿Fue acaso definitiva su tan comentada ofensiva mediática de colocar dos televisiones privadas en abierto que le cantasen odas? Yo digo que no. La estrategia política de Zapatero giró siempre en torno a la resurrección del odio guerracivilista entre los españoles, que le permitió polarizar a la población y ofrecer un magnífico trágala a los de su trinchera para aceptar cualquier disparate “con tal que no gobiernen los fachas”, que además travestía de gestos de concordia.
Recuérdese que este sujeto ya gustaba presumir de talante antes de ser presidente del gobierno, por lo que, lejos de ser víctima de las circunstancias, tenía bien claro lo que quería hacer y cómo. También se aprovechó de esto la propia Soraya Sáenz de Santamaría, que al ver cómo el PP se desmoronaba entre corruptelas y políticas pusilánimes, decidió promocionar hasta convertir en un coloso al por entonces anecdótico Podemos y así retener el voto de derechas por el simple miedo a lo que había en el otro lado. De ese modo, si Sánchez permitiese que en sus púlpitos amigos el discurso de izquierdas se moderase o fuese plural, sus votantes despertarían del embrujo y tendría complicado seguir en política después de bailar kizomba con Arnaldo Otegi. La polarización, por tanto, es una técnica de manipulación muy efectiva en España, país en el que muy pocos se privan de opinar sobre cualquier tema de actualidad con una cerveza en la mano, así se trate de geopolítica en las islas del Pacífico Norte.
Hace doscientos años, ya decía Hegel que el conflicto provoca el cambio y el conflicto planificado provoca el cambio planificado. En la actualidad, los ideólogos siniestros no tienen referentes tan sofisticados, pero sí recogen sin saberlo esta dialéctica germana utilizando una receta todavía más ruin. Parten de autores como Gene Sharp, que se han dedicado a sistematizar estrategias de lucha pacífica ciudadana (recopilando ejemplos como el de Gandhi) para poder enfrentarse a regímenes totalitarios o poco garantistas; pero con la intención de utilizar estas herramientas de manera deshonesta y como arma política al servicio de sus propios intereses.
Sharp hace hincapié en la importancia de que el conflicto que origina la lucha sea reconocido públicamente (junto con el colectivo que lo defiende, que automáticamente pasa a ser homologado como un sujeto con entidad propia), de modo que obligue a la sociedad a posicionarse… Lo que en general implica una polarización, la posición que interesa al grupo activista, porque implica que pasa a tener el respaldo de una parte de la sociedad. La convergencia de Hegel y Sharp nace cuando no existe un conflicto y necesita crearse, para poder propiciar el cambio político en que el colectivo deshonesto está interesado.
El uso de las herramientas propuestas por Sharp es muy popular en ciertos ambientes y tiene ejemplos claros, como las sentadas en espacios públicos simbólicos de los indignados o las enseñadas de domingas de las Femen; pero además en nuestro país tenemos un ejemplo de manual en el uso completo de la estrategia, que es el proceso separatista catalán: como no existía un conflicto real entre Cataluña y el resto de España, Carod Rovira (cuyo partido sacó Maragall del ostracismo y lo convirtió en lo que es ahora) se encargó de crearlo desde su cargo público por medio de provocaciones y desprecios, hasta que consiguió que hubiera un cierto rechazo hacia lo catalán en gestos como los primeros boicots al cava. De este modo prendía la llama y provocaba la polarización regional que buscaba, que llevó a muchos catalanes a refugiarse en el separatismo al sentirse rechazados por los demás españoles. Después utilizaron tácticas descritas literalmente por Sharp, como las elecciones simuladas o llevarlo a la dimensión internacional, pero eso es historia reciente conocida.
La polarización se utiliza además para asuntos más concretos. Muchos feminismos modernos gustan de tensar la cuerda hasta límites ridículos (llegando a afirmar sin sonrojarse que una mujer que esté feliz con su vida no puede ser feminista) para no caer en el olvido o evitar que su lucha deje de percibirse como esencial. En ese sentido, la gran diferencia esencial entre el PSOE y Podemos es que los primeros defienden un feminismo ventajista e interesado que beneficie a la mujer socialista prototípica (que más pronto que tarde se desmoronará por puro sentido común), los segundos prefieren el mucho más prometedor feminismo queer, que incomoda a los socialistas porque hace inútiles todas las leyes sectarias que sobre el género han eyectado. O quizás sea solo una pantomima para fingir que estos feminismos están descabezados y en guerra civil para que puedan campar a sus anchas y eludir responsabilidades.
También existe polarización en ámbitos ajenos a la política. Recordemos lo mal que sentó la canción Puritanismo progre de Def con Dos en la trinchera de la izquierda, cuando pensaba que tenía a toda la cultura contestataria ideológicamente domesticada. Y en el fútbol, España todavía no ha superado el binomio de las cosmogonías opuestas de Guardiola-Mourinho, al punto de que en la pasada final de la Liga de Campeones muchos apoyaron al Chelsea solo por ver perder al Manchester City del catalán, o más que a él o su equipo, su forma de juego. El tiki-taka versus presión/contragolpe se convirtieron en dogmas enfrentados de manera homologable a una izquierda y derecha en el fútbol, fuera de las cuales no existe nada más, al punto de que la hemeroteca conserva declaraciones de Guardiola sacando pecho tras una derrota humillante “por haber conseguido que su equipo permaneciese fiel a su estilo de juego”.
No podemos terminar este artículo sin acordarnos del camino medio, porque uno de los términos de moda en el paisaje actual es la tibieza, usado con profusión por los propagandistas para disuadir a quien tenga pereza por posicionarse (polarizarse) en tal o cual asunto. Ni el más entusiasta pastor evangélico soñó nunca con que se iba a utilizar tanto en boca de ateos militantes el famoso versículo de “a los tibios los escupiré de mi boca” del Libro de las Revelaciones (Apocalipsis). Sin embargo, a menudo la tibieza presumida no es más que un disfraz para significarse en el más popular o mediático de los polos por omisión. Quizás la opción más inteligente sea un posicionamiento exigente y crítico… Porque, como decía santa Catalina de Siena, “por haber callado, el mundo está podrido”.
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