-Roberto ¿No comprendes que tengo todo el tiempo del mundo y que el cabo Florencio está en el despacho de al lado, loco por partirte la cara si no hablas?
-Pero comprenda señor, yo no sé nada de los salmones, yo soy un pescador de ley y sólo pesco en la temporada.
-Un momento, Roberto, a mi me llamas mi capitán, como cuando fuiste a la mili, no me faltes al respeto, aprende a respetar los grados.
-Perdone señor capitán, pero es que usted me pone nervioso y además el cabo es muy cabrón.
El capitán le da una bofetada a Roberto y le grita: -Imbécil.
Roberto, pese a su edad y apostura, grita dolorido y asustado comienza a llorar.
-Señor capitán, no me pegue, yo no sé nada y además aunque lo supiera me echarían la culpa a mí, siempre nos echa la culpa a los mismos.
-¡Por algo será! Al fin y al cabo, los vagos que no hacéis otra cosa que andar por el río algo haréis allí. Pero, dime ¿Quién más anduvo en la jugada? ¿Qué restaurante os compró los salmones?
-No me digas que no hay nada, porque el señor Linares se jactó el sábado en La Viuda que él había comido salmón y estos días y estamos en veda, luego alguien lo pescó.
-Pregúntele a él, yo no sé nada.
-¡Insolente!- De nuevo Roberto recibe una bofetada.
-¿Crees que podemos andar molestando a los señores por cualquier tontería?
-Ya sé que ese señor tien muches perres, pero yo no vendí ningún salmón, y si se vendió alguno serían Los Rápidos. Yo no pesco ahora en la veda, ser pescador ribereño es un oficio y sabemos respetar las vedas.
-¿Que Rápidos?
–Ya me entiende, los rápidos, los de Arriondas, ellos ponen redes, eso se dice, junto al canal de la central. Los trasmallos los tienen a la vista, usted puede verlos tirados junto a la central, en el camino del camping.
-¿Bueno y qué? A mí sólo me interesan los golfos que lo hacen en Cangues. Me lo estás poniendo muy difícil, tendré que llamar al cabo Florencio. ¡Florencio venga aquí! Roberto no nos quiere contar nada de la pesca furtiva, a ver si a usted le cuenta algo más, como ya se conocen de antiguo y yo soy nuevo aquí. Quizás entre ustedes se entiendan mejor, pero no sea demasiado bestia, tenemos todo el tiempo del mundo. Yo me voy a comer. Por cierto, a Roberto se le puede dar agua, pero nada de comer mientras no sepamos quienes lo ayudaron a pescar los salmones.-
-Mi capitán, por favor no le digan nada a mi madre de esto. Dice Roberto gimoteando.
–No te preocupes, ella se enterará a su debido tiempo, por ahora no tiene por que saber nada.
-Mira Roberto, nos conocemos de antiguo y aunque sé la diferencia de categoría que hay entre un pescador ribereño y un cabo de la Guardia civil, voy a ser franco contigo, creo que no fuiste tú el que vendió el salmón. Eso fue cosa de los hijos de don Antonio, o los del Corro o algún otro estudiante, esos chavales presumidos que nunca tienen un duro y son algo viciosos, pero tú lo sabes y me lo vas a contar, porque si no…
-Cabo Florencio, usted sabe que no sé nada y además aunque le dijera que fue fulano o zutano usted no me creería y sería lo mismo.
-Mira Roberto más te vale hablar comprende que es más fácil apretarte a ti las clavijas que a esos. ¿Porqué protegerlos? ¿Acaso son tus amigos?
-Pero Florencio.-
-Un respeto, a ver si hasta en el cuartel te olvidas de que no soy un número, yo soy cabo y se me respeta. Yo para ti soy el cabo Florencio ¿Te enteras?
-Mire, me enteré que habían puesto líneas con morucos en la Llongar, debajo de los rabiones, junto a casa Joaquina, pero no sé quien fue, aunque ya sabe quiénes andan por el río y no son ribereños, los ribereños no hacemos esas cosas.
(Morucos: Lombrices de tierra en el argot local, supongo que el nombre hace alusión a su color oscuro.)
(La Llongar es una zona del río Sella que hace a alusión a una zona recta de un kilometro bastante remansada)
-No lo sé, dímelo tú, ¿El chaval de La Económica? ¿El de Inguanzo? ¿Alguno de los de Melendreras?
-No sé, andan por el río, pero no sé si fueron ellos u otros.
Pasadas unas horas vuelve el capitán y se encuentra a Roberto con la cara marcada y pregunta:
-¿Qué, canto el canario?
-A la orden mi capitán. Sí cantó, aunque hubo que sobarlo algo.
-Florencio, no quiero conocer los detalles, esa es su responsabilidad y no me quiero manchar con detalles sórdidos. Ya sabe que no me gusta que se maltrate a los presos, pero ¿Qué dijo?
-Bueno al parecer fueron los de siempre, ya sabe usted, estudiantes. Usted no los conoce a todos, pero el que vendió los salmones, al parecer, es el hijo del juez, también intervino el hijo del alcalde, no sé si lo conoce, es muy golfo, claro que yo no sé si creer a Roberto, porque claro chicos de familias tan respetables.-
-Bueno y ¿Quien es el cabecilla?-
–Mi capitán, comprenda, creo que debemos olvidarlo, dejamos a Roberto dos días en el calabozo y…
-Pero ¿Qué se cree que me voy a asustar?
-Bueno es que estos días estaba aquí el hijo del Gobernador Civil y fue para celebrar una fiesta para él, ya sabe querían sacar “unes perres” y …
-¿El hijo del Gobernador? Ah ya veo, cosas de chicos, bueno ¿Qué importa? ¿Qué más da un salmón más o menos? Lo dicho, Roberto que duerma en el cuartón dos noches y olvidamos todo.
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