Soñando con Aranda

JOAQUÍN ECHEVERRÍA ALONSO

He tenido un sueño. Bueno intentaré contártelo, pero en el sueño yo no era yo, era como si me hubiera pasado en una vida anterior o algo así. Recuerdo, regresaba en el coche del coronel Aranda, cuántas cosas más habían pasado en estos meses. En el último momento de la entrevista el coronel Aranda me había dicho: lo que le pasa a Vd. Casanova, es que está loco, después llamó al ordenanza y pidió el coche, lleven al alférez a su domicilio, fue la lacónica orden y aquí estoy sentado en el coche oficial, atravesando las castigadas calles de Oviedo, camino de mi casa.

Me vinieron a la cabeza un sinfín de recuerdos, los partidos de fútbol de niño, cuando mis amigos hablaban de “la zurda de Quique”, los ejemplos del libro de gramática de segundo de bachillerato: “doctor perderé el ojo, no hijo mío que lo tengo yo en la mano”. También de aquellas temporadas que no podía salir de casa por no tener abrigo, hasta la hora de llegada de mi hermano Manolo que podía coger el suyo. 

La Revolución de Octubre fue lo que más marco mi vida, aquella mañana al llegar a la altura de la calle del Águila aquellos mineros, uno con una pistola, que me agarraron y me dijeron te vamos a matar, me tomaron por señorito a mí que trabajaba más de 50 horas semanales y estudiaba el resto del tiempo.

Lo inmediato fue la llamada de Aranda, aquella mañana se había presentado un gastador en mi casa y me había dado la orden escrita de presentarme en el Gobierno Militar a las cuatro de la tarde. Aranda apenas me hizo esperar y me trató una familiaridad, como tal vez traten los tíos a sus sobrinos que no conocen demasiado, pero por los que sienten simpatía.

Casanova tú lo que tienes que hacer es pasar a Trasmisiones, tu salud no está suficientemente bien como para seguir en la Legión donde tendrías que intervenir en acciones, como fue la de la Loma del Canto y ahora no estás para eso.

Le respondí: -Mi coronel yo no voy a causar baja voluntaria en La Legión.-

 Me contestó: -En ese caso le daremos de baja como inválido. Su tono se fue agriando y haciendo distante. Le dije que era muy libre pero que yo no estaba dispuesto a abandonar la Legión voluntariamente.

Fue entonces cuando me dijo: -Casanova a usted lo que le pasa es que esta   loco- y dispuso el automóvil para conducirme a mi casa.

Pensé: “vuelvo a ser civil”. No me apetecía nada volver a casa, donde todos estarían pendientes de mi ahora como había ocurrido en los últimos meses. Mi madre tan solícita, mi padre pendiente sin decir nada que me pudiera molestar pero observándome, mi sobrinos, tan pequeños, siendo cuidadosos de no hacer ruido cuando me vieran serio o preocupado.

Me resultaba insoportable el tedio y las atenciones de los míos, que me ven disminuido en mis capacidades. Recordé la cara de susto de mi sobrina Matildina después de aquél ataque de epilepsia. No sé cuánto tiempo pasó, cuando comprendí que me iba a dar le dije: 

-Me voy a acostar no hagas nada

Me metí aquella goma en la boca, como ya había hecho otras veces. No sé cuánto tiempo pasó, la niña me miraba con cara de preocupación cuando volví en mí.

Estos ataques fueron los que preocuparon al comandante de la bandera, se enteró que estando de guardia me había dado un ataque. Él era nuevo en Oviedo, no nos conocía y por ello no pesaba nada en él ni mi historial, ni el de mi familia.

Dejaba de ser oficial, había aprobado cuatro veces. Durante el servicio militar Juaco y yo pasamos meses de sargentos y nos examinamos para alférez. Pero nuestro expediente no apareció en el 36, y el capitán que nos había examinado no podía testificar, estaba en zona roja. Así que el 19 de julio nos movilizamos como sargentos.

Cuando fuimos a Burgos a hacer los cursos, aprobé todas las pruebas excepto la Instrucción, estaba cojo y andaba con bastón, ya que mis heridas de la cadera de la Loma del Canto aún me impedían andar con naturalidad. Juaco y Pelayo aprobaron y ya la vez siguiente me fui a Burgos sin ellos. Esta vez yo estaba recuperado físicamente, al menos en lo relativo a las caderas, volví a superar todas las pruebas incluida la de la Instrucción. Pero Oviedo fue asediado muy duramente ese febrero y otro asturiano y yo pedimos permiso al comandante mayor para no estar presentes en el acto de entrega de diplomas, ya que queríamos ir a defender Oviedo. Los militares burócratas son la perdición, nos dijo que si nos íbamos no nos daría el despacho y dicho y hecho nos fuimos y tuvimos que volver al curso siguiente a conseguir la promoción a alférez.

¡Que cosas! Perder la graduación en un momento, después de haberla perseguido tanto. Tal vez tenga razón el coronel Aranda, pero ni paso a Trasmisiones ni firmo la baja como inválido, el verá lo que hace, si toma esa decisión, yo no recojo ni el libramiento.

Cuando llegamos a casa, en Martínez Vigil, en la escalera, Trini, vecina del primero, me saludó llevándose la mano a la frente y diciendo: -A la orden camarada.

Mis padres me recibieron y reprimieron su alegría al conocer que no volvería incorporarme a la Legión. Pasaría poco tiempo antes de que abandonara la casa con incorporarme por libre a esa guerra que mordió mi cuerpo y mi espíritu.


Publicado por Joaquín Echeverría Alonso

Ingeniero de minas . Aficionado a contar historias más o menos reales.

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