Todo empezó una mañana atípica. Su sorpresa, cuando abrió la puerta, fue tal, que aún sigue abierta. Pues Tinacrio “El Sabidor”, había venido a buscarle para contarle la mala nueva que, Pandafilando, tenía planeada sobre el Reino Micomicón.
Pandafilando era un gigante cuyos brazos eran el uno distinto del otro, que decir de sus piernas, pues no serían diferentes. La arrogancia, crueldad, soberbia y sectarismo se habían apoderado de este poderoso gigante, que así se hacía llamar, haciendo que perdiese su Reino. No tenía patria que defender, al fin y al cabo, sociedad que representar o familias a las que guiar.
Trinacrio era la nueva perla micomicona, forjada a golpe de lecturas y escritos, pues “El Sabidor” era consejero de la reina Jaramilla. Ella, representante, junto a él, guía, estaban al frente del Reino, cuyas fortalezas nunca fueron penetradas. Las trompetas anunciaban ignorantes a la vista, y los arcabuceros y cañones se preparaban para derribar a quien se pusiese en el punto de mira.
Al caer la noche del día en que el pueblo micomicón empezaba a festejar su Fiesta Nacional, Pandafilando se resguardó en las rocas de la fortaleza que protegían el Reino. Esas a las que las olas iban a chocar. Tenía un plan. Un plan lleno de lagunas, pues a la hora de ponerlo en marcha, de los brazos recibía órdenes diferentes a las de las piernas. Cuestión que hacía del gigante, un titán lleno de incertidumbres, provocando que no pudiese avanzar en la estrategia de su asalto. Tal vez este habría sido el motivo por el que perdió su Reino.
La lucha que el gigante tenía que librar consigo mismo, le iba destruyendo poco a poco. Quería el poder a toda costa, para ello estaba dispuesto a llevarse a quién se tuviera que llevar por delante. Al fin tuvo claro el plan, alcanzar los muros del fortín, raptar al consejero de la reina y que Jaramilla le entregase el Reino.
Tras una larga noche de escalada y de ocultarse de la guardia, estaba en el corazón micomicón. Por sus calles no había persona que no estuviese orgullosa de su tierra. La guardia, haciéndose paso entre la muchedumbre, escoltaba a la reina, a la que todo el pueblo quería ver. Hecho que hizo que, del todo poderoso gigante, empezase a aparecer polvo de entre los brazos. Pues no aguantaba más desolación. La pérdida de su Reino debido a la falta de consenso, la avaricia de sus gobernantes terminó por hacer de su tierra, un sitio ingobernable, en el que sus gentes miraban solo por ellos y su trasero.
Al acabar el día lleno de celebraciones, Trinacrio marchaba rumbo a su casa con la satisfacción de que el deber cumplido había permitido pasar el día grande del Reino Micomicón en armonía con todos sus vecinos. Pero su ruta no iba a ser tan alegre, pues al doblar la esquina antes de llegar a su hogar, Pandafilando se le presentó de frente. La próxima vez que el consejero abriese los ojos, se iba a encontrar maniatado en la silla de una habitación oscura a la que solo llegaba luz de un pequeño ventano. Por los sonidos que alcanzaba a escuchar “El Sabidor”, intuía que estaba en la Torre del Faro, la que guiaba a los navegantes en busca del éxito y la que volvía a guiar a los supervivientes, sin éxito, pero con honor.
Tenía que escapar de la silla y pedir ayuda, sabía que la reina estaba en peligro y con ella el Reino Micomicón. No podía permitir que el pueblo cayera en una decadencia económica, política e intelectual, haciendo que su gente no tuviese camino que recorrer y destino que alcanzar. Pues el resultado sería nefasto.
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