Las reservas de Oro del Banco de España
El oro y las divisas de los particulares
El patrimonio del Museo Arqueológico
El expolio de las cajas de seguridad de los bancos
Las obras del Museo del Prado
La sustracción de bienes del Estado para la supuesta financiación del exilio
Recientemente, la sentencia sobre el caso de los ERE en Andalucía vuelve a poner, desgraciadamente, de actualidad que la naturaleza del político, bien sea por debilidad o por maldad, cuando dispone de acceso y poder sobre el peculio estatal o ajeno, corre el peligro de extraviarse sustrayéndolo, bien en beneficio propio o con fines partidistas. Tanto en el primer caso como en el segundo, el grado de responsabilidad alcanza idéntico nivel de gravedad, por más que se quiera cínicamente justificar.
Nada hay nuevo bajo el Sol. El tiempo pasa y la naturaleza humana permanece en lo bueno y en lo malo. Hoy vamos a tratar de mostrar como los blasones de honradez, impúdica y falsamente exhibidos, tuvieron sombras notables, durante la época a la que se refiere la falaz memoria histórica.
En efecto, durante la Segunda República fueron afectados por tramas sibilinas, en el entorno del expolio, bienes tanto del Estado como privados. A saber: Las reservas de Oro del Banco de España, el oro y las divisas de los particulares, el patrimonio del Museo Arqueológico, el expolio de las cajas de seguridad de los bancos, las obras del Museo del Prado, la sustracción de bienes del Estado para la financiación del exilio.
El escritor y periodista Julio Cambra (1884-1962) describió al régimen como «la República de los enchufes». Pío Baroja la calificó como «una merienda de negros». Wenceslao Ferández Flórez, cronista parlamentario, dejó constancia de lo mismo: «En el Parlamento hay una pandilla de forajidos, hartos de matar y robar en la revolución de octubre¸ nos gobiernan ignorantes audaces, enamorados de sus magníficos automóviles con radio y calefacción; desde arriba y desde abajo se saquea el país; nunca tantas fortunas se improvisaron tan rápida y oscuramente».
Entre los días 14 y 16 de octubre de 1936 fueron trasladadas 570 toneladas de oro, extraídas del Banco de España –las cuartas más elevadas del mundo- a un túnel excavado en las proximidades de Cartagena. La operación fue diseñada y dispuesta por los socialistas, Francisco Largo Caballero y Juan Negrín, a la sazón Presidente del Gobierno y Ministro de Hacienda respectivamente. El traslado se llevó a cabo a las dos de la madrugada, sin conocimiento del director del Banco de España, utilizando mano de obra exclusiva de militantes comunistas y camuflados en camiones con distintivos de transporte de explosivos. Así lo testifica Valentín González, conocido como el Campesino, encargado de dirigir el traslado: «Hízose todo en medio del mayor sigilo y como si se tratara de un robo».
El 26 de octubre del mismo año, en el puerto de Cartagena, eran embarcadas 510 toneladas de ese oro en los buques soviéticos Kine, Kursk, Neva y Volgoles con destino a la URSS. Todo el proceso se realizó en la más absoluta clandestinidad, a espaldas de las instituciones. La justificación del hecho fue la voluntad de ponerlo a seguro durante la guerra y garantizar los envíos de material militar desde la URSS. Así, se aseguraban la posibilidad de continuar la guerra, entregando el destino del Frente Popular en manos de Stalin. Los responsables ni siquiera pidieron a la Unión Soviética un resguardo del depósito, que nunca regresó. En definitiva, la URSS era el modelo político y social que aspiraba a imponer en España un socialismo bolchevizado, sustituyendo la República democrática (burguesa) por la República comunista (proletaria).
También fueron objeto del expolio las joyas de oro (incluso las más modestas) y las divisas, propiedad de millones de ciudadanos particulares, cuando en el otoño de 1936, el presidente Largo Caballero (proclamado Lenin español), Negrín y el Director General del Tesoro, Méndez Arpa, ordenaron su requisa. Las cuentas corrientes siguieron la misma suerte y, para completar el saqueo, el contenido de las cajas de seguridad de los bancos. Acto seguido, los gobernantes se trasladaban, con el botín, apresuradamente a Valencia. A todo esto habría que sumar los robos perpetrados a los prisioneros de las checas, así como a las iglesias, monasterios y catedrales.
No se libró el Museo Arqueológico, donde valiosas colecciones de monedas antiguas de oro y plata fueron sacadas por agentes gubernamentales, sin olvidarse de los Montes de Piedad (instituciones benéficas que otorgaban créditos sin intereses a personas humildes que dejaban como garantía alhajas o prendas). Siempre con la justificación cínica de su protección.
El Museo del Prado fue vaciado. El acto fue y es maquillado con la mitológica preocupación cultural del gobierno, cuando el Museo era el único bien disponible para poder solicitar préstamos. Salvador de Madariaga denunció: «El cacareado salvamento de los cuadros del Prado, lejos de ser tal salvamento, fue uno de los mayores crímenes que contra la cultura española se han cometido jamás». Gregorio Marañón (padre de la República) abundó, tras tildar a Negrín de loco: «…Si hubieran tenido interés en verdad por el arte hubieran dejado los cuadros en Madrid, que es donde estaban más seguros […] antes de entregar los cuadros a los fascistas los destruirían».
El plan de manutención del exilio republicano se hizo a cargo los bienes sacados de España en el buque Vita, en 110 cajas, con su contenido detalladamente inventariado. El destino fue México, donde esperaba el socialista Indalecio Prieto, encargado de su recepción, el cual se apropió del botín, aprovechando la lejanía de su colega Negrín, que burlado rompió su relación con Largo.
Prieto disfrutó hasta su muerte, en 1962, del botín destinado a los exiliados, dándose la gran vida en su mansión, olvidándose de los miles de republicanos que sufrían el exilio en los campos de concentración sin ninguna ayuda. Las Asociaciones de Refugiados Españoles en México recriminan a Indalecio Prieto en carta de 6 de septiembre de 1940: «…han prostituido su función distribuyendo el dinero común de modo ilícito entre los amigos […] obligando a la masa a vivir en la más paupérrima de las miserias […] ustedes llevan una conducta en este país (México) que hace honor a los plutócratas y terratenientes españoles contra quienes el pueblo vertió su sangre en la guerra civil»
«…y aquella codicia desenfrenada con la que de repente millares y millares de ciudadanos se convirtieron en ladrones de joyas, de plata, de cuadros, de cuanto encontraban; aquella persecución del cargo bien pagado, del automóvil de marca, de la casa cómoda; aquellos vinos de fama y aquellos licores caros que los jefes de las cuadrillas tenían siempre en sus mesas…No. No era porque odiasen al rico por sus riquezas, sino porque querían sustituirlo. Un ladrón, en fin, no es más un burgués impaciente»
Fernández Flórez
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