23 del año 2000. España resquebrajada de norte a sur, de este a oeste. Este año habrá elecciones y el pueblo decidirá. La decisión de suicidarse o no.
La moción de censura sanchista de aquel mes de junio de 2018 fue presentada como un intento de regeneración de la democracia. Esa intención se vertió por el sumidero y rebosó en un proceso de degeneración de su sistema democrático: se han dinamitado los consensos constitucionales en busca de la confrontación permanente. Las leyes, que son de pompas de jabón, cuya exigencia es burdamente resbaladiza, se han pactado con quienes comenten el delito. Despedazando el Código Penal en pos de sus verdugos se abraza a la infamia y se blanquea la delincuencia a plena luz del día.
El futuro de las democracias radica en la separación de poderes y su sometimiento al imperio de la ley. Se ha de ejercer un control sobre el Ejecutivo para que no impere la voluntad de quien porta el bastón de mando. Bien lo explicó Montesquieu.
En el teatro español los actores de la obra niegan la realidad a los espectadores, diciéndoles que todo es una ensoñación, y éstos se han dado cuenta que la única manera de despertar es votando en las elecciones venideras, aguardadas como unas de las más importantes de la democracia. España seguirá trotando y se parará justo al borde del abismo esperando respuesta.
Hasta entonces se rociará a la sociedad con el perfume de la crispación. Unas gotitas todos los días.
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