«Aunque los que hablaban eran los más hábiles, los que decidían eran los ignorantes»
Plutarco
Mientras el «contaminador» concienciado tranquiliza su ánimo, mediante la búsqueda por tiendas e hipermercados de eslóganes, rótulos y etiquetas siempre verdes, la pseudorreligión «ecolojeta» sigue avanzando con la fuerza que le proporciona el pánico mediático, escenificado en espectáculos y proclamas ad hoc, a los que se suman las grandes empresas y el Estado. El ser humano «pensante», reducido a ser humano «sintiente», deglute con facilidad la almibarada doctrina para «buenistas low cost».
La controversia se plantea cuando el ser humano, «poseído por su egoísmo», pretende seguir «viviendo bien». El automóvil privado, el uso del avión, la climatización del hogar, los consumos de refrescos, de carnes, de pescados, en definitiva, su propia existencia le convierte en un contaminador que, insultado por el poder político con el término «derrochocólico», debería desaparecer o reducir su existencia al mínimo, en aras de un planeta impoluto, cuya finalidad, según el fetichismo «neoecolojeta», lo interpreta a modo panteísta.
El barco no existe para cuidarlo –aunque haya que hacerlo- sino para navegar. El medio ambiente deber ser cuidado con el esmero que merece nuestra casa. El confort no es un fin en sí mismo. Cuando así se concibe, lo único que promueve es el empequeñecimiento que cobija a la mezquindad. El consumismo ofrece soluciones de oropel, para dar respuesta a inquietudes humanas muy reales, mediante objetos materiales que falsifican la esperanza. No se pueden satisfacer necesidades de orden espiritual y moral con respuestas de orden material.
Dicho lo anterior, que debe ser tenido muy en cuenta, hay que respetar la correcta relación entre el ser humano y la naturaleza. La naturaleza no es el absoluto. La dignidad del ser humano procede del reconocimiento del valor absoluto que le que confiere una realidad que le trasciende, que tiene un carácter absoluto. ¿Cómo puede el ser humano merecer respeto absoluto si está privado de todo vínculo con lo absoluto? Las consecuencias de negar esta realidad pueden conducir a la búsqueda de respuestas sometidas al reduccionismo materialista, bien de orden consumista o de la absolutización fetichista que convierte el medio natural en una pseudodivinidad. Si observamos la realidad del nuevo orden mundial comprobaremos que ambas van más unidas de lo que quieren aparentar.
La revolucionaria igualdad de clases sociales ha evolucionado hasta plantear la igualdad de las especies. El ecologismo animalista, que humaniza a los animales y animaliza al ser humano, se amplía a vegetales e incluso minerales. El ser humano no tiene más derechos que las otras especies. La primera ley ecológica fue proclamada por Hitler en 1933, para la protección de los animales y dos años después la hizo extensiva a toda la naturaleza -con exclusión de algunos seres humanos, a los que consideró que no debían formar parte de ella-.
Tener derechos implica la capacidad de asumir deberes. Por ello, solo el ser humano reúne está condición. Los animales, vegetales y minerales no poseen derechos. Somos los humanos los que tenemos obligaciones para con ellos. A los que incluyen al animal entre «los pobres del mundo» hay que recordarles que hasta la Internacional canta: «no más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber».
La eliminación de la humanidad se plantea en el Deep Ecology. El planeta, convertido en un fetiche panteísta, debe ser protegido de la actividad humana, sacrificando a millones de personas como precio a pagar.
El Club de la Islas reúne a miembros de casas reales europeas, así como a grandes multinacionales. El hoy difunto, Felipe de Edimburgo, cabeza del club, propuso la reducción de la humanidad a mil millones de personas. Esto supondría la desaparición de siete mil millones de seres humanos. Doy por supuesto que, tanto su real persona como sus acólitos en el club, no se incluían entre los afectados.
En Estados Unidos, el Movimiento para Extinción Voluntaria de la Humanidad, proponía el aborto sistemático y la aplicación de incentivos fiscales por la esterilización.
Más allá todavía, en la publicación Earth First Leter, en 1991, se proponía considerar el infanticidio selectivo de las niñas, para lograr la extinción de la humanidad.
«Una élite reconvertida en ingenieros sociales determina que es lo correcto y que camino debe seguir el rebaño […] Muchas empresas, bancos, multinacionales, deportistas, influencers etc. abrazan la idea y promueven la nueva agenda ideológica y enormes dosis de moralina al consumidor». (Jano García, El rebaño)
«Llamarnos egoístas a gente como usted y como yo, que además de bellísimas personas pagamos religiosamente los impuestos que financian los ocios de esta barahúnda de megaconcienciados y sus viajes de turismo vía ONG’s, me parece como mínimo una falta de respeto». (Pablo Molina)
Para muestra sirve este botón: «Mis tres objetivos principales serían reducir la humanidad a 100 millones en todo el mundo, destruir la infraestructura industrial y hacer resurgir las zonas silvestres, para que sus especies al completo tomen el mundo» (Dave Foreman, ecologista estadounidense). Las barbaridades, que hoy parecen imposibles, mañana pueden llevarse a la práctica. Solo es necesario que las personas cabales no hagan nada, dejando calar, como lluvia fina, las doctrinas edulcoradas sobre las cabezas de la masa de «buenistas low cost». Los peores momentos del siglo XX así lo atestiguan.
“Lo justo no tiene por qué ser legal: El apartheid era legal; la esclavitud era legal; La segregación racial era legal; las leyes de Núremberg eran legales“
Jano García
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