«Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros»
Estas fueron las palabras que, Estanislao Figueras, su primer Presidente de Gobierno, pronunció justo antes de abandonar el cargo, sin avisar a nadie, tomar el tren y afincarse en París.
«La triste realidad ¿Cuál es? Que España no es un país republicano»
Emilio Castelar (4º Presidente de la Primera República)
¡VIVA CARTAGENA! Vuelve la burra al trigo.
La nación es la suma de tradición y empresa común, de pasado y proyecto futuro. Cuando se pierde el sentido de ambos y la nación se vuelve contra sí misma, surge la desintegración e incluso el enfrentamiento.
Han transcurrido ciento cincuenta años desde la instauración de aquella república federal, cuyo nefasto desarrollo debiera, al menos, servir de reflexión a los españoles contemporáneos. Dada la moraleja que puede extraerse del mismo, así como la facilidad con la que olvidamos, parece oportuno abordarla en estos días, en que España puede tomar o tal vez ya lo haya hecho, el camino hacia su propia negación. Cuando a cambio de obtener el poder el candidato se pliega a que sea un prófugo de la justicia quien disponga de la soberanía nacional, estamos asistiendo a la conversión del delito en un espectáculo sórdido.
¿La historia se repite? Lo que resulta indiscutible es que los errores humanos sí que se repiten asiduamente, por desgracia. Si las ideas marcan el camino, la Historia nos proporciona los ejemplos que las ilustran, por vía de hecho. En este sentido, vamos a recordar un periodo de nuestra historia, especialmente convulso, que nos puede mostrar los perniciosos efectos que, sobre la convivencia, tuvo y puede tener la desintegración de la Nación.
Adentrémonos en la España del Sexenio Democrático o Revolucionario (1868-1874) y especialmente en la I República (febrero 1873 a enero 1874) para ejemplificar los efectos que la pérdida de la empresa común provocó. En un periodo de seis años se sucedieron en España las siguientes etapas: el destronamiento de la dinastía de Borbón, en la persona de Isabel II; un Gobierno provisional del general Serrano; una Regencia del mismo general; una monarquía democrática con Amadeo I; una república federal; una república unitaria; un nuevo Gobierno provisional; un nuevo intento de regencia del general Serrano; una restauración de la dinastía de Borbón, destronada en 1868. ¡Ahí queda eso!
El 11 de febrero de 1873, reunidas las Cortes españolas (Congreso y Senado), bajo la Constitución monárquica de 1869, compuestas mayoritariamente por monárquicos, proclamaron la Primera República. El régimen republicano, fue un eslabón del convulso Sexenio Democrático, que no logró sobrevivir más de once meses, en los cuales se sucedieron cuatro presidentes del gobierno. No dio tiempo a elegir al presidente de la República.
Llegado marzo del mismo año, fueron convocadas elecciones para elaborar una constitución de carácter republicano. Impusieron sus criterios los republicanos partidarios de la organización federal de España, cuyo gran defensor era Francisco Pi y Margall. Los federales estaban divididos en cuanto al modo de implantar la organización federal del Estado: unos, eran partidarios de establecerla desde arriba de manera progresiva, entre ellos Pi y Margall; otros, defendían la instauración desde abajo, con la proclamación inmediata de la soberanía de los cantones como unidades políticas básicas (si se sustituye la palabra cantón por nacionalidad o nación separatista nos situamos en nuestros días).
En junio las nuevas Cortes proclamaron la República Federal, y comenzaron a elaborar un proyecto de Constitución, que nunca llegó a promulgarse, dada la breve duración del régimen. El artículo 1º del proyecto constitucional, establecía que España estaría constituida por diecisiete Estados federados: Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia, Regiones vascongadas. ¿Quién da más?
El sector de los federales que eran partidarios de la proclamación inmediata de los cantones para construir desde ellos y por acuerdos libres la federación que constituiría España, aceleró el proceso. Con anterioridad se habían constituido Juntas Revolucionarias y grupos paramilitares.
Las ciudades comenzaron a proclamar la independencia, cobrar impuestos y levantar milicias. Llegaron a proclamarse más de treinta cantones. La capital de provincia se separaba de Madrid y las pequeñas ciudades hacían lo mismo con respecto a la capital de provincia. El 12 de julio, Cartagena proclamó su independencia, extendiéndose el movimiento por Levante, Andalucía, Ávila y Toledo, tomando un carácter de federalismo intransigente y de revolución social. El periódico Los Descamisados publicó este texto: «La anarquía es nuestra única fórmula. Todo para todos, desde el poder hasta las mujeres […] ¡Guerra a la familia! ¡Guerra a la propiedad! ¡Guerra a Dios”. La base de la Armada estaba en Cartagena, donde los sublevados capturaron varios buques, llegando a bombardear Almería, incluso le declararon la guerra a Prusia.
Comenzaron los levantamientos de unos contra otros, por ejemplo: Sevilla se independizaba de Madrid como poder central del Estado, a la vez que Utrera se separaba de su capital provincial, Sevilla; lo mismo sucedió con San Fernando, que se separó de su capital Cádiz; Granada y Jaén se declararon la guerra por una disputa de fronteras; Jumilla se levantaba contra Murcia; Coria contra Cáceres; Betanzos contra La Coruña. En Alcoy las fábricas fueron destruidas por los obreros. En Granada la primera medida adoptada fue imponer una multa a los ricos. En Dos Hermanas (Sevilla) decidieron abolir el Concilio de Trento.
Fracasado el federalismo, el gobierno presidido por Nicolás Salmerón tuvo que recurrir al ejército para sofocar las insurrecciones cantonalistas, que, unidas a la guerra carlista y a la sublevación de Cuba, sumieron al país en el caos e impidieron acometer tarea constructiva alguna. Cartagena fue sitiada y cañoneada por la armada española, con un elevado coste en vidas de la población civil; bajo sus ruinas quedó enterrada la República con su constitución no nacida.
La República se diluyó en su propia incapacidad. Cuando el Congreso trataba de encontrar el quinto presidente en once meses, el general Pavía -que nunca entró a caballo en el Congreso- sugirió a los diputados que se disolvieran, a lo cual accedieron sin oposición. Mientras tanto, Cánovas del Castillo preparaba el regreso al trono de la dinastía de Borbón, que había sido destronada en 1868. El reinado de Alfonso XII daba inicio al periodo conocido como la Restauración, que sucedía al convulso Sexenio.
Que el lector extraiga la moraleja y la aplique. Historia magistra vitae (Cayo Tulio Cicerón). Hoy, la sofisticada tergiversación mediática, la manipulación del lenguaje, los políticos sin escrúpulos, así como los que no quieren enterarse, unido a la desidia ciudadana, facilitan el proceso disgregador, que está siendo inoculado de manera más amable y placentera que antaño, pero el proyecto es el mismo. Perdido el camino, al menos, conservemos el mapa para poder retomarlo. ¡Enterémonos que ya es tarde!
Conclusión: O se cierra a la zorra la puerta del gallinero o se permite a la zorra comerse las gallinas. Ambas cosas, al mismo tiempo, son imposibles.
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