El fin, una presidencia, ha justificado el medio, la venta del Estado de Derecho, y esto no es ninguna metáfora literaria. El principio de igualdad, la separación de poderes y la independencia judicial han sido las siete monedas con las que Pedro Sánchez ha comprado su investidura.
La amnistía no sólo significa el perdón a quienes no han dirimido sus penas con la justicia, también consiste en la asunción, por parte del partido socialista, de su relato, que pone en tela de juicio la labor del más alto Tribunal de Justicia de un país democrático. El futuro de España, que se ha firmado fuera de sus fronteras, a escondidas, siguiendo las directrices de un forajido, está escrito en un chantaje al que Sánchez ha cedido arrojándose el nombre España y de su democracia, pues sólo así puede justificar tal ignominia. La amnistía es el precio que ha tenido que pagar para seguir en su colchón monclovita, soñando con una ley electoral a su antojo. Cuatros años, que son muy largos, en los que las felonías se van a convertir en el orden del día, sino lo están ya, y las espaldas de aquellos que las protagonizarán estarán bien cubiertas, con una abogacía del Estado, una fiscalía General o un Tribunal Constitucional a fin. El expediente de este partido socialista, que ni es obrero ni español, no invita a la esperanza. Todo lo contrario.
Lo que está ocurriendo en España es todo tan esperpéntico que aceptarlo o hacerlo entender a quienes les gusta chupar ruedas de molinos, provoca una indignación que te incita a salir a la calle con una bolsa de silbatos, cuanto menos. Una nación quiere ser destruida por aquéllos cuyo pufo con el orden social y democrático de derecho apesta tanto, que ni ellos aguantan el olor de su propia bilis.
¡Han sido los delincuentes quienes han elaborado la ley para quedar impunes! O estás a favor o en contra. Ya no hay medias tintas, se han acabado.
¿Cuánto futuro está perdiendo España?