El entierro del balompié

No, si al final, tras muchas semanas esquivando las balas, voy a tener que escribir un artículo sobre el largo velatorio en que vivimos tras la muerte del fútbol español. El femenino, sí, pero al masculino lo acecha la parca en cada esquina, no se va a ir de rositas; y lo seguirá pronto el resto, porque el objetivo es acabar con uno de los mayores puntales del ocio masculino, un continente salvaje e ingobernable (y por ello, especialmente molesto) que representa lo poco que le queda ya a la decadente Europa occidental, una vez ha renunciado a todo su herencia cultural e intelectual, empezando por la religión.

El timo de las banderitas

Tal vez usted, sufrido lector, ha llegado a pensar alguna vez que está fuera de lugar. Las redes  sociales están llenas de perfiles con banderitas que ni le suenan, triangulillos pabajo, lazos de  colorines y todo tipo de símbolos horteras compuestos con emoticonos que facilitan a los  desaprensivos de Silicon Valley o Pearl River Delta la tarea de segmentar a los idiotas que  compartimos contenido en ellas (créame, la inteligencia artificial no da para tanto como  dicen).

Porno, putas y consoladores

A menudo se tacha a nuestro sincrético Gobierno (y por extensión, a los partidos que lo componen o lo apuntalan) de moralista o puritano, por su obsesión en legislar y fiscalizar la coyunda de los españoles. No pueden estar más equivocados: para los posmos, la moral es una bola de plastilina que además cambia de color; por consiguiente, la ley no significa demasiado para ellos, dado que su cumplimiento es meramente facultativo desde el poder, ya sea por acción/omisión o a toro pasado través de indultos arbitrarios.

¡Devolvednos a nuestros héroes!

Siendo sincero, no tenía pensado escribir un artículo como este. Lo más, el comentario de  una película que se me apetecía interesante, contestataria y montaraz para los tiempos que  corren; pero resulta que me encontré con otro engendro insípido y pasteurizado sin muchos  más galones que cualquier otra proyección palomitera en la que se esconden las parejas de  quinceños solo para darse el lote.

Eurovisión: no, no todo es política

Hace cien años, Joris Karl Huysmans escribía en su novela A Contrapelo lo siguiente: 

Al mismo se dio cuenta de que los librepensadores, los doctrinarios de la burguesía, esa gente que exigía todo  tipo de libertades para poder aplastar las opiniones de los demás, no eran más que unos ávidos y  desvergonzados puritanos, cuyo nivel de educación le parecía inferior al de cualquier zapatero. 

El síndrome de fortunata

Ocurre en todas las instituciones mundanas que una parte nada despreciable de sus afiliados  se enrola en ellas como se refugia uno en la primera cornisa que encuentra al caer un  chaparrón, o bien deslumbrados por un abolengo que quisieran heredar para sí. En cualquier  caso se trata de vocaciones vacías o tibias que cabalgan sobre alguna ambición, pero  demasiado cobardes como para construir su propia cabaña a la intemperie.

Sentimientos desechables

Entrando a una estación de metro en un barrio no precisamente sofisticado, pude ver hace tiempo un cartel en el que la Comunidad de Madrid anunciaba un servicio para ayudar con las burocracias a los matrimonios de la región que pretendan separarse. La cuestión no tendría mayor importancia si no fuese porque se promocionaba en las mismas formas de mercadotecnia burda y simpaticona que se emplean para vender un crecepelo; como cuando alguna firma trata de persuadirnos con ánimo de lucro para que vendamos el coche, corrijamos nuestros hábitos alimenticios o instalemos una alarma porque vivimos en una sociedad caótica y siniestra que lo hace imprescindible… Es decir, para que cambiemos nuestra forma de vida. No he visto nunca, sin embargo, a administración alguna tirando presupuesto para publicitar recursos públicos de apoyo psicológico o terapia a familias con problemas, tal vez porque esos servicios no existen.

Extraño 2022

En este último mes, las administraciones de todo pelo, junto con su cohorte de expertos y medios adláteres, nos han dado una murga comunicativa al menos tan ambivalente, contradictoria y ridícula como en las semanas previas a la gran suelta de miasmas del 8-M en 2020, efeméride que recogerán los libros de historia como la explosión del coronavirus en España.

Ser un poco más egoístas

A finales de noviembre del 2019 se celebraron en la Universidad Complutense de Madrid unas extrañas jornadas de diálogo interreligioso organizadas por la AJICR (Asociación de jóvenes investigadores en Ciencias de las religiones), que generaron una cierta polémica por tratar la religión  satánica.

Patriotismo

A veces me pregunto qué significa de facto ser patriota, más allá de lo que diga la RAE, o mejor aún, qué significa ser patriota en España. Sin duda, no debe ser nada bueno.

Recuerdo el famoso juicio por el apuñalamiento de Carlos Palomino, en el que la fiscalía preguntó al agresor, de manera nada inocente, si se consideraba patriota. Este, sin duda instruido por su abogado defensor, respondió que le gustaba que ganase la selección española de fútbol, eludiendo el autodefinirse como tal. Podemos concluir entonces que el patriotismo puede llegar a ser considerado en España un agravante que convierta un homicidio en un asesinato, o cuanto menos un indicio razonable de que el individuo que así se declare tiene vínculos o simpatía con alguna organización neonazi.

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