Me gusta

Me gusta que los futbolistas se santigüen cuando salen al terreno de juego; y que señalen al cielo cuando marcan un gol, aunque lo hagan por pura superstición.

El fracaso de la inteligencia artificial

Este es un tema que me apetecía tratar desde hace mucho tiempo, pero la actualidad y la propia vida me lo habían impedido hasta ahora. Deformaciones profesionales aparte, lo cierto es que el Big data y el Machine Learning son disciplinas emparentadas de manera muy estrecha entre sí (los grandes volúmenes de datos no se recopilan sino es para inferir otros datos a partir de ellos usando alguna técnica de inteligencia artificial) y con las propias ciencias sociales, especialmente la política; y estoy convencido de que en ellas mismas tendrá su perdición.

Barbudos afganos

La legislatura del presunto católico Biden (aunque no se lo crean, esta etiqueta conjunta muy bien con la ideología imperante en algunas latitudes cuando es de mentirijilla) empieza igual que la de Obama (probablemente tan cristiano como ZP cuando fingió serlo para su encuentro intergaláctico en un desayuno de oración): cediéndole un país convulso a los barbudos, de modo que pueda convertirse en el nuevo Silicon Valley del terrorismo islámico; donde como buenos business angels, les dejaron a los emprendedores del kalashnikov una generosa ronda de armamento para que puedan arrancar. La marca Isis está en horas bajas, pero se rumorea que Al Qaeda puede volver a sorprender al mundo con alguno de sus juguetitos y recuperar cuota de mercado.

Reforma y contrarreforma: la cancelación de Sherpa

Hubo una época y un lugar en los que trovadores con nombre y apellidos componían cantigas, es decir, poemas destinados a ser cantados. Aunque el rey Alfonso X hizo populares las religiosas, existía también una deliciosa temática de escarnio en la que abundaban composiciones protagonizadas por frailes pichabravas y abadesas doctas, literalmente, en el arte de follar. Era el bajo medievo gallego-portugués, que resultaba no ser tan oscurantista e inquisidor como nos lo habían contado. Para quien no se lo crea, reproduzco aquí algunos fragmentos, traducidos por un servidor del texto original, de estas simpáticas cancioncillas:

Cayetanos y cultura

Hace casi setenta años, mi paisano Gonzalo Torrente Ballester empezaba a escribir su magistral Los gozos y las sombras. Aunque la verdadera aportación literaria y originalidad de la obra es otra bien diferente, más bien relacionada con la labor terapéutica del protagonista, la excusa narrativa es el costumbrismo tardorrepublicano o preguerracivilista de un pueblo ficticio en las rías centrales gallegas.

El ocaso del fútbol

Tras décadas de vivir en una sociedad acomodada y engolfada con entretenimientos volátiles, hemos descubierto en perspectiva que las preferencias en cuanto a cultura popular son una foto estática de por vida.

Una distopía verdadera

No ha habido escritor contemporáneo con una mínima pretensión que no se haya arrogado a intentar filosofar sobre la evolución de la humanidad, concibiendo casi siempre un futuro dictatorial de aspecto amable con el ciudadano. Curiosamente, la idea de un gobierno global o al menos una coexistencia de grandes bloques continentales o de afinidad cultural ya era una constante en este tipo de obras desde el inicio del siglo XX.

Es la polarización

En las últimas semanas se viene avivando una cierta polémica por el hecho de que algunos autores se hayan atrevido a cometer el terrible pecado de expresar opiniones díscolas en según qué foros. El caso más sonado fue el de Ana Iris Simón, que se arrogó a blasfemar contra las cosmovisiones de Pedro Sánchez en el Sanctasanctorum socialista (digo bien para referirme a Moncloa, porque a esta gente le cuesta bastante distinguir entre la actividad de gobierno y la de partido); pero también hubo otros casos notables como el de Daniel Gascón, que a ojos de muchos ensució con sus opiniones sobre los indultos a separatistas una columna del diario El País.

Los niños no votan

Los niños no votan, y aún cuando no se votaba, tampoco importaban demasiado. Mano de obra bien barata para la industria familiar; y si no la hubiese, se arrendaban a otras externas como consultoras de limpieza o servicios auxiliares de peonía. Los menores eran humanos de una categoría inferior, pero humanos al fin y al cabo, con unos derechos tácitos de cara a sus progenitores que nadie discutía. Hoy día han perdido incluso ese estatus.

A %d blogueros les gusta esto: