Se acaba de conmemorar el 430 aniversario del ajusticiamiento de Juan de Lanuza “el mozo” en Zaragoza. ¿Cómo fue que sucedió?
La dinastía de Austria, reinante en España, está representada durante la segunda mitad del siglo XVI por el reinado de Felipe II, cuyo mandato tuvo diversos y complejos frentes que atender. En este artículo nos ocuparemos de uno de ellos, la tensión con la Corona de Aragón, que se manifestó en el caso de Antonio Pérez y la ejecución del Justicia de Aragón.
La Monarquía de Austria mantuvo la estructura político-administrativa de los reinos peninsulares tal y como la habían recibido de los Reyes Católicos: distintos reinos cada uno con sus leyes y fueros, unidos por un monarca común, que tenía la obligación de respetarlos.
La tendencia de Felipe II a dirigir sus dominios desde Castilla, produjo una sensación de alejamiento del soberano con respecto a la Corona de Aragón cuyos súbditos se sentían amenazados por lo que consideraban una progresiva castellanización de la Monarquía. Hay que precisar que el rey nunca tuvo tales intenciones.
En la Corte de Felipe II, más concretamente en el Consejo de Estado, se disputaban el favor del monarca dos grupos o familias: los Alba y los Éboli. A estos últimos estaba vinculado Antonio Pérez, el cual supo ganarse la confianza del rey hasta convertirse en su gran amigo y consejero. Esta circunstancia favoreció el acceso de Pérez a los entresijos y secretos del Estado.

La forma de resolver la sublevación de los Países Bajos ratificó el enfrentamiento: los Alba eran partidarios de actuar con contundencia, mientras que los Éboli defendían la negociación con los rebeldes. Felipe II nombró varios gobernadores en la zona y entre ellos a su hermanastro Juan de Austria (hijo bastardo de Carlos I), que en principio estaba más cerca de la fórmula Éboli, pero que una vez sobre el terreno se convenció de la imposibilidad de llevarla a cabo. Don Juan de Austria envío a la Corte a su secretario, Escobedo, para informar al rey de su cambio de opinión.
Escobedo era conocedor de que Antonio Pérez vendía secretos de Estado a países enemigos de España. Pérez temeroso de ser delatado, convenció al monarca con falsedades sobre la lealtad de Don Juan de Austria y su secretario Escobedo, según las cuales estarían conspirando contra él. Antonio Pérez propuso acabar con la vida de Escobedo aludiendo a la razón de Estado. Así, el 31 de marzo de 1578, Escobedo era asesinado en Madrid.
No tardó Felipe II en darse cuenta de la trampa urdida por Pérez que le hacía cómplice del asesinato de un inocente. La desconfianza del rey hacia su secretario fue en aumento, cuando constató que Antonio Pérez junto con la princesa de Éboli conspiraban en contra de su candidatura al trono de Portugal. Felipe II ordenó la detención de Pérez, que se llevó a cabo el 28 de julio de 1579. El detenido consiguió huir a Zaragoza, donde por el privilegio de manifestación podía quedar bajo la protección del Justicia de Aragón hasta que se dictase sentencia, de este modo evitaba permanecer en la cárcel del rey.
Felipe II recurrió al Tribunal de la Inquisición, único tribunal en Aragón en el que los fueros no tenían fuerza de ley. Antonio Pérez, envenenó el ambiente con sus malas artes, excitando la susceptibilidad de los aragoneses ante las inexistentes intenciones del rey de acabar con sus fueros. Cuando Pérez iba a pasar de la protección del Justicia a la cárcel de la Inquisición estalló una rebelión en Zaragoza a los gritos de “libertad” y “contrafuero”, siendo liberado el detenido.
Felipe II consideraba un deber moral ser escrupuloso con los fueros, pero cuando dos leyes entraban en conflicto, era la superior la que debía prevalecer. En ningún caso iba a permitir que los fueros se utilizasen como pretexto para cometer delitos. Viendo que no había modo de hacer frente a la rebelión envió un ejército de 12.000 hombres que penetró en Aragón. El Justicia Mayor, Juan de Lanuza “el mozo”, animó al pueblo para que se uniese en defensa de sus fueros, pero la mayoría popular no respondió, incluso muchos campesinos vieron en el ejército real un ejército de liberación, frente a la opresión aristocrática.

Pérez huyó a Francia y Juan de Lanuza fue encarcelado y decapitado (20 de diciembre de 1591). La revuelta de Aragón se había limitado a la ciudad de Zaragoza y a las pretensiones de la aristocracia aragonesa por defender unos fueros a beneficio de unos pocos y en detrimento de los más.
Felipe II, una vez controlada la revuelta de Zaragoza pudo eliminar los fueros, pero siguió siendo fiel al sentido del deber y al concepto de una monarquía integrada por diferentes Estados individualizados con un mismo soberano en común, pero cada uno con sus leyes y sistema de gobierno.
En las Cortes de Tarazona (1592) se mantuvo prácticamente intacto el sistema político aragonés. Únicamente se introdujo el derecho del rey a nombrar virreyes no aragoneses y la capacidad del monarca de poder destituir al Justicia.
Antonio Pérez huido en Francia comenzó una campaña de desprestigio hacia España y su monarca, contribuyendo de forma importante a la leyenda negra antiespañola, que culminó con la publicación, en 1598 de la versión definitiva de sus «Relaciones» difamatorias contra España y Felipe II. Pérez ofreció secretos de Estado al rey francés, Enrique IV, al que animó a sendos intentos fracasados de invadir Aragón, así como ofreció información privilegiada a Inglaterra sobre la América española y las costas de Cádiz.
Tras un paso temporal por Inglaterra regresó finalmente a París, donde murió en estado de abandono en 1611.
Resulta llamativo que la Leyenda Negra, en sus orígenes, está vinculada a españoles. Es lamentable que un buen número de españoles hayan asumido acríticamente el argumentarlo difamatorio de su contenido.
¿Cómo es posible que en la propia España se haga apología de la leyenda negra antiespañola en las escuelas, universidades y medios de comunicación?
«Nos, que somos y valemos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos Principal, Rey y Señor entre los iguales, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades; y si no, no»
Con esta fórmula nombraban Rey los representantes aragoneses. A continuación el elegido prestaba juramento ante el Justicia de Aragón frente al Altar Mayor de la Seo de Zaragoza y comenzaba su reinado.
«Oyendo hablar a un hombre, fácil es acertar dónde vio la luz del sol: si os alaba a Inglaterra será inglés; si os habla mal de Prusia, es un francés; y si habla mal de España, es español»
Joaquín Bartrina
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